Hoy a la mañana con ayuda de un chico vecino que se
trepó al pino, pudimos bajarla. Palpitaba. A la luz del sol casi desaparece de la vista pero desde el
atardecer brilla parpadeante y blanco-azulada
en la palma de la mano. La colgué de un hilo a la entrada de casa.
jueves
Estrellas cercanas
El pasillo
El hombre se desconcierta. ¿La pared retrocedió? Mira hacia los costados, y
mira atrás suyo, buscando algún efecto
de luz o de cualquier tipo que cree esa ilusión. Prueba de nuevo: estira el
brazo y palpa la pared pero la pared no se deja palpar y otra vez retrocede.
Retrocede, sí, sí.
El hombre queda paralizado. Enseguida su razón explica: ¡las cosas que se
les ocurren a los arquitectos y
decoradores! Y enseguida se dice que no puede distraerse más y sin
volver a analizar esas paredes extrañas se encamina a buscar la oficina. Camina
y camina pero no encuentra puertas con números o letras, o con placas
indicadoras de profesiones y ocupaciones. Sigue caminando y caminando hasta que
de pronto cae en la cuenta de que el pasillo de un edificio cualquiera no puede
ser tan largo. Y también cae en la cuenta de que no hay puertas, numeradas o
con letras, con placas o sin placas. No
hay.
Cuando advierte esto se detiene de golpe. ¡No hay puertas! ¿Pero dónde
empiezan las oficinas? ¿Y él, cuánto caminó? Mira hacia atrás para calcularlo
pero la pared de atrás parece a una distancia normal de pasillo de edificio. Camina
un poco más en el sentido que traía: siguen y siguen las paredes metálicas sin
puertas, bajo la luz difuminada.
Entonces, un reflejo más rápido que su razón lo hace volverse bruscamente y
empezar a caminar hacia la pared que dejó atrás. Camina acelerando el paso
pero la pared que antes estaba atrás, y
que ahora tiene al frente, está siempre a la misma distancia. Empieza a correr:
corre, corre, pero nunca llega porque la pared retrocede a cada paso que da.
Oye una voz, un ¡ahhh! de alarmada desconfianza, y cree que hay alguien más en
el pasillo hasta que un segundo después advierte que fue su propia voz. Ahora el miedo lo invade, está solo y no le
gusta nada de nada, quiere irse enseguida de este piso inquietante. Vuelve a
correr buscando las escaleras pero no hay más que paredes metálicas. Corre en el otro sentido tratando de ubicar
dónde podría estar el ascensor en el que llegó
y encuentra, con alivio, el botón de llamada. Va a
oprimirlo con fuerza pero el dedo se hunde en el botón, o mejor dicho no oprime
nada, no hay nada que oprimir, la pared
retrocede, el botón es solo una idea.
Entonces sospecha que las puertas del ascensor se cerraron silenciosas detrás
suyo, y definitivas también.
IG
viernes
La personita

jueves
La mujer que lleva a su sombra en la cartera

viernes
El hombre que tocó a la muerte con la punta de los dedos
jueves
El punto inmóvil
IG
sábado
Campo de luces
