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viernes

Kiosko de vidas


En un kiosko nuevo cerca de casa se venden vidas. Las vidas vienen en sobres como de figuritas y, en esencia, una vida es una figurita. Se abre el sobre y se saca la que haya tocado. Vienen en colores brillantes y son adhesivas para que los compradores jueguen con sus vidas pegándoselas en la frente o en los brazos, para reírse un poco unos de otros. 

Sobre los colores brillantes viene la leyenda que señala cuál vida se ganó. Es una sola por sobre, y puede proponer (o acertar, tal vez):

Docente – Mamá luchona – Pizzero – Médico de Terapia Intensiva – Cartonero toda la vida – Arquitecto – Político/a – Enfermera – Troll – Trola - Directivo de AFA – Conductora de TV – Conductor de Uber – Mantero/a – Webmaster 

Y así, diversas vidas en brillantes colores. Hay tres que son difíciles de conseguir:

Estrella de reggaetón – Futbolista – Modelo

Buscando vidas se intercambian muchas otras, cuyas categorías se van estableciendo entre quienes las compran. Por ejemplo: para obtener una vida de Político/a se entregan las de Pizzero y Conductor de Uber, y aún así puede resultar insuficiente, quizás haya que sumar la de Troll. Una vida de Arquitecto bien vale la de Directivo de AFA. Una de Docente  se intercambia fácil con una de Enfermera, pero no con una Mamá luchona. Médico de Terapia Intensiva exige no menos de tres vidas para cambiarla,  desde la de Webmaster para arriba. Trola es una especie de comodín. Una Conductora de TV es difícil de cambiar: tal vez por una de Webmaster, quizás sumada a una de Troll. Mantero/a y Mamá luchona se intercambian entre sí con relativa rapidez. Cartonero toda la vida no se cambia con otras vidas, nadie la quiere.

 

 

sábado

Vidas de refrán


Pasto a las fieras


Bibi tiene varias fieras en el fondo de su casa, en el barrio San José, de Temperley. Las fue encontrando de a una, más cerca o más lejos de su casa, solitarias y hambrientas,  y se las fue llevando. A los vecinos no les gusta que tenga fieras en el fondo, desconfían de que se escapen, les da miedo. A Bibi no. A  ella las garras y los colmillos y los ojos lúcidos de animalidad le inspiran ternura. Va al baldío de la vuelta, o hasta el campito a unas cuadras, y junta pasto para darles de comer. Las fieras comen y luego se adormecen.





Pájaro en mano
Cuando era joven el Rolo tuvo  un pájaro en mano pero se cansó de tener que llevarlo todo el tiempo con  él, apretadito en la izquierda, tibio y palpitante. Además a la novia no le gustaba que por ese pajarito le quedara invalidada la mano, así que de mutuo acuerdo la abrió y lo dejó ir. A cambio fue detrás de los cien volando. Ahora que es un tipo grande se arrepiente un poco porque con todo lo que ha practicado nunca termina de contar cien, aparte de que no es nada frecuente encontrar una bandada de cien pájaros.  Suele extrañar entonces el calorcito aquél.





¿Quién te quita lo bailado?


Cuando amanece y el boliche va a cerrar Evelyn mira hacia donde ella estuvo toda la noche bailando y no queda nada: ni cumbia, ni electrónica, ni cachengue, nada queda, nada que se pueda llevar…Sin embargo, de los demás sí queda y se lo guardan en las carteras o bolsillos antes de irse. Esta diferencia la tiene a mal traer, se enoja, suele protestarle a los del boliche, pero siempre le quitan lo bailado y no se lo devuelven.




Isabel Garin




domingo

Por algunos caminos de ciertas vidas

Viajo distraída en el colectivo, perdiéndome en el transcurrir de la ciudad por la ventanilla, cuando algo me hace volver: un muchacho, que aparenta unos 25 años mal llevados, está distribuyendo a cada  pasajero  una de esas notas  que les evita hablar cuando reparten estampitas a cambio de una moneda.  Pero esta nota me llama la atención porque es grande, una hoja entera de cuaderno o de bloc, rayada, y la espero con curiosidad. Cuando recibo mi copia y la leo mi curiosidad no se ve decepcionada: está pidiendo una moneda a cambio de mostrar su sueño. A modo de título lleva el verso que dice “Los caminos de la vida no son los que yo esperaba” acompañado del dibujito de unas notas musicales, y luego dos ojos muy abiertos encabezan junto al Sr. y Sra. Se presentan después como dos hermanos de la calle, Nahuel y Jesús, que no tienen familia. Dicen que quieren que su palabra valga y hacer entender su experiencia, y narran sus hambres, sus fríos y los desprecios que sufren por ser de la calle. Cuentan que muchas veces piden comida en los negocios y luego ven que la tiran a la basura.  Pero a cambio de la ayuda solicitada por escrito que aparece al final, algo para sobrevivir, dicen también “somos soñadores igual que ustedes, y estos dibujos son nuestro sueño”: un sol gigante mira hacia abajo, a la ciudad, con una gran sonrisa con dientes, más arriba, en el cielo, pasan unas nubes; el Obelisco está rodeado de globos que vuelan hacia ese cielo, y también vuelan una gran mariposa, una bandada de pajaritos, un avión y un barrilete. Bajo el sol aparece también una casa, custodiada por dos álamos.
La letra y los dibujos parecen  ser de un niño, pero la redacción no es infantil. Me vuelvo a mirar al muchacho, que ha seguido entregando copias hacia el fondo del colectivo.  Viste ropas muy gastadas pero limpias y prolijas, y tiene una expresión reconcentrada. Le voy a pedir que a cambio de la ayuda que voy a darle me deje la copia cuando vemos que el chofer se ha levantado de su asiento, camina hasta la mitad del coche y con los brazos en jarra le grita:
– ¡Juntá tus papelitos y bajate ya!
El tipo es bastante parecido a una mole, muy alto y gordo, y con una pelada perfecta y completa que lo asemeja a algún luchador de ring o a un gladiador con sobrepeso. Algunos cruzamos una mirada de desconcierto, yo miro al muchacho que tomado de sorpresa se ha quedado paralizado pero el chofer no le deja lugar a réplica. El muchacho empieza a recoger las fotocopias de su sueño, y el chofer, que ha vuelto a su asiento, lo vigila por el espejo con mala cara  mientras tiene parado el colectivo. Pregunto en voz alta porqué tiene que bajar así, pero nadie contesta; solo el muchacho me dice bajito, al pasar hacia la puerta, que él tampoco sabe porqué.

Baja,  y la puerta se cierra con violencia. El colectivo arranca. Que lo echen así no será inesperado en los caminos de su vida.