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jueves

El Viejo y el queso. Suposiciones de una obra de teatro




I
Un jubilado, que vive solo en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, entra a un supermercado, da vueltas entre las góndolas y las heladeras y como otras veces que ha entrado, ya  sabe de antemano que saldrá habiendo sido solo un espectador. No puede comprar nada de lo que necesitaría, y peor, nada de lo que desearía. Desearía queso,  y también aceite, y que por una vez en la vida fuera aceite de oliva. Eso desearía. Saca los anteojos del estuche y lee el precio de la mínima botella de oliva extra virgen. El precio es una exorbitancia para él, tan exorbitante que en medio de cierta senilidad que ya tiene, no termina de captarlo.
El Viejo se va.

II
Un jubilado, que vive solo en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, entra a un supermercado, da vueltas entre las góndolas y las heladeras, y como otras veces que ha entrado ya sabe de antemano que saldrá habiendo sido solo un espectador en el  fabuloso teatro del Supermercado, la puesta grande de la exhibición, la escenografía de la venta, la compra, las luces de la oferta y la demanda y la apariencia de libre elección para todo público, aplausos, aplausos. Plin, caja. No puede comprar nada de lo que  necesitaría, y peor, nada de lo que desearía. Desearía queso. Hace siglos que no come queso. Nada sofisticado, nada más que  queso fresco con pan. Le faltan siete días para cobrar, no tiene un centavo, y en su casa lo que hay para comer es caldo, y papas. El viejo estira la mano en las heladeras, levanta pedazos de queso, observa el precio del más chico que hay, y el precio es una exorbitancia para él, tan exorbitante que en medio de cierta senilidad que ya tiene, no termina de captarlo.
El Viejo se va.

III
Un jubilado, que vive solo en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, entra a un supermercado y da vueltas entre las góndolas y las heladeras. El fabuloso teatro del Supermercado ha comenzado la función. Todos los actores están en sus papeles: cajeras, repositores, supervisores. Vigiladores. Y arriba, en las oficinas, los directores, los espíritus directrices, los que soplaron en la boca de los actores y del barro de la desocupación  les dieron la vida en el escenario de la obra de hoy. Aplausos, aplausos. El viejo no da más de ganas de comer queso. Harto de todo hartazgo de las papas hervidas y del caldo que sorbe después, a desgano.  Así que de los quesos, agarra un pedazo, ¡hay tantos! Se dirige a la salida y al pasar,  de los aceites agarra una botella, de entre los metros y metros de marcas y clases, una  botella nada más. Y sigue caminando a la salida.  Hoy comerá queso y a las papas las comerá fritas. Un actor grita: ¡Alto! Pero el viejo apura el paso. Otro, alertado a la salida, le cierra el paso. La obra se ha tensado, los más cercanos se detienen, las luces del teatro los iluminan. El actor que hace de Vigilador I, y otro cuyo papel es de Vigilador II, imbuidos del espíritu  que ha soplado en su boca, se abalanzan sobre él, le pegan, lo sacan a la vereda, lo patean. Ahí caído, el viejo suelta el pedazo de queso y la botella de aceite. Vigilador I y Vigilador II los toman, los entran, los muestran cual banderas recuperadas en feroz batalla:
Un pedazo de queso
Una botella de aceite.
El Viejo, afuera, en medio de cierta senilidad, agoniza.
Y en el acto siguiente se muere nomás, en el Teatro repleto de mercadería que no puede comprar.

Isabel Garin