Porque Eugenia no
puede calmarse por más que se lo diga a sí misma o se lo pidan. Esa imposibilidad
lleva el hilo de su historia, su agitación interna se revuelve en sus sueños,
en su insomnio, en su trabajo de docente, en la convivencia con el marido sin
amor y sin ninguna gracia. La exasperada Eugenia da vueltas por su
disconformidad sin encontrar un escape
al hastío y al cansancio.
Pero encontrará
una escapatoria perturbada: acercarse personal y afectivamente al ciruja que
duerme y vive en la cuadra de su casa. La historia no es complaciente: el
ciruja es tal, sucio, maloliente, a veces borracho. Y de ahí en más Eugenia se deslizará en plano
inclinado cayéndose del trabajo, del marido y de la hijita, con un punto
culminante de atroz locura.
A mí me pareció
admirable cómo la novela mantiene los sueños y ensueños de Eugenia, sus
diálogos, sus monólogos, sus visiones, en ese registro alucinado y fatal que va
en crecimiento, y en el cual flotan la realidad y la alucinación sin
distinciones.
Se me ocurre que
tal vez Eugenia sea parienta de la vegetariana Yeong hye y como ella grite con
su alteración el descontento con la vida que se ve obligada a llevar, una vida
que no le abre ninguna puerta o camino nuevo que pueda seguir.