En un kiosko nuevo cerca de casa se venden vidas. Las vidas vienen en sobres como de figuritas y, en esencia, una vida es una figurita. Se abre el sobre y se saca la que haya tocado. Vienen en colores brillantes y son adhesivas para que los compradores jueguen con sus vidas pegándoselas en la frente o en los brazos, para reírse un poco unos de otros.
Sobre los colores brillantes viene la leyenda que señala cuál
vida se ganó. Es una sola por sobre, y puede proponer (o acertar, tal vez):
Docente – Mamá luchona – Pizzero – Médico de Terapia
Intensiva – Cartonero toda la vida – Arquitecto – Político/a – Enfermera – Troll
– Trola - Directivo de AFA – Conductora de TV – Conductor de Uber – Mantero/a –
Webmaster
Y así, diversas vidas en brillantes colores. Hay tres que son
difíciles de conseguir:
Estrella de
reggaetón – Futbolista – Modelo
Buscando vidas se intercambian muchas otras, cuyas categorías
se van estableciendo entre quienes las compran. Por ejemplo: para obtener una
vida de Político/a se entregan las de Pizzero y Conductor de Uber, y aún así
puede resultar insuficiente, quizás haya que sumar la de Troll. Una vida de
Arquitecto bien vale la de Directivo de AFA. Una de Docente se intercambia fácil con una de Enfermera,
pero no con una Mamá luchona. Médico de Terapia Intensiva exige no menos de
tres vidas para cambiarla, desde la de
Webmaster para arriba. Trola es una especie de comodín. Una Conductora de TV es
difícil de cambiar: tal vez por una de Webmaster, quizás sumada a una de Troll.
Mantero/a y Mamá luchona se intercambian entre sí con relativa rapidez. Cartonero toda
la vida no se cambia con otras vidas, nadie la quiere.