La historia de mis amistades empieza
por las de la cuadra de la casa de mi abuela, en 25 de Mayo. Los chicos de esa
cuadra, 10 entre 31 y 32, jugábamos en la vereda, entonces sin ninguna
prevención de los mayores, a correr carreras, a las escondidas, a las tocadas
de timbre y a otras travesuras que
lideraban los más grandes del grupo, sin
que en ocasiones faltaran las peleas y las facciones. Otras veces las nenas, solas entre nosotras,
jugábamos en la casa de una o de otra. Pero fue allí, en esa cuadra, donde supe
de amigas y amigos, y enseguida también que los tendría entre los compañeros de
la escuela.
Un poco más grande, cuando le
puse el nombre de amiga o de amigo a esas personas que jugaban y estudiaban conmigo,
intercambiaban las tareas de la escuela y comentaban de maestras y de pruebas, o de los otros chicos, acompañaban en las tardes a ver programas de
tv y a debatir en grupo si Palito, Sandro o Leonardo Fabio, la amistad se realzó. Con nombre de tal fue
más clara.
En la adolescencia la amistad se cargó de mayor
intensidad. Ya no solo la nombraba sino
que también sabía qué buscar en ella, qué quería de las amigas, qué compartir
con los amigos. Largas tardes de domingos juntas, después de las salidas de
sábados, concentrados descubrimientos políticos de lecturas y militancias,
pruebas en la escuela y viaje de egresados, muchísimas vivencias de las más
importantes de aquella época mía pasaron con ellos y ellas a mi lado.
De más grande reconstruí la amistad, ese vínculo que se
amasa entre varias manos, con otras
personas que encontré en otras ciudades adonde fui o vine a vivir. Compañeros
de horizontes, de las ideas compartidas como pan, abiertos y generosos, cercanos. Y la confirmé también con algunos de los más
antiguos, de los primeros, con quienes nos habíamos perdido entre los tantos años
de vivir, para reencontramos en suelo de maravilla, pisando con pies de adultos sobre las huellas
de los niños y adolescentes que fuimos. Y como corresponde al vínculo vivo que es la
amistad no han faltado a veces los distanciamientos, la pérdida y el dolor.
Más tarde llegó este facebook que
llama amigos a todos, sean padre o hijo, o abuela o alumna. En fin, el asunto
es que aquí también están muchos, no todos, de mis amigos y amigas de las
épocas previas, cuando las amistades se hacían cara a cara; y de otros nuevas,
que aunque no salgan de la pantalla dan su atención, su punto de vista
coincidente con el mío, las broncas y los afectos reconocibles, lo que se ama y
lo que se odia parecido.
Y como es otro día de la amiga y
del amigo, les dejo aquí mi homenaje a los que tengo y a los que tuve. A los
que tuve, perdidos en curvas y contracurvas de la vida, y a los que
hoy tengo, los que apuntalan cada día mío con su palabra y su mano
tendida. Ellas y ellos saben quiénes son. Les doy
hoy mi gratitud.
1 comentario:
Precioso homenaje! recién lo veo, Isa
Alicia
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