Algunas veces, confieso que varias, o que seguido, me aparto lo que puedo de la cuenta de los muertos y de la batalla política de las vacunas y la presencialidad en las escuelas. A veces también aparto la vista del escándalo de los sin techo en las ciudades y de la miseria rampante en los barrios donde no florece ni una changa, y el rebusque es la actividad de cada día.
Confieso que dejo de seguir la
cuenta de los muertos, las disputas o la
miseria, porque no tengo fuerzas para atenderlas todo el tiempo. Como me deja sin fuerzas, sin argumentos, el
miedo que levanta muros y desconfianza, y que de alguna manera me ha recordado
el miedo bajo la dictadura.
Para estas fechas la muerte ya ha entrado a la casa de muchos, se ha sentado
a la mesa, nos ha mirado a los ojos. Como inicio de la pandemia yo
no creo en conspiraciones de laboratorio ni en eventos solo naturales, igual a caída de meteoritos o tsunamis. La muerte que entra a nuestras casas y nos obliga a mirarla a
los ojos ha nacido de lo que el humano (con nombre y apellido de grandes
corporaciones y de gobiernos y Estados) hace con
la naturaleza, con la vida animal, con el medio ambiente. Y la naturaleza, que
es inteligente y ciega, destruye a quien la destruye.
Duele la pandemia. Duele lo que se podría hacer y no se hace para detenerla. Duelen y espantan los muertos de a miles,
anónimos, y duelen tanto los cercanos, los de
nombre y apellido conocidos, los
familiares, los que hablaban de cierta manera, los que tenían ciertos gestos, los que sabíamos quiénes eran. En la
historia de las pestes siempre aparecen el miedo y el dolor, invariables. Y más quiere el miedo
levantar los muros de cada uno, para hacernos isla, más cada uno es parte del
continente que el virus construyó.
Ningún hombre es una isla
“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo…
Ninguna persona es una isla, la muerte
de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad.
Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; están doblando por ti.
(John Donne)
A la memoria de mi
excuñado Carlos, mi prima Verónica, su marido Pedro, y mi compañero de trabajo Fernando, entre varios más. Y al
océano de los que me son anónimos pero formaban conmigo el archipiélago humano.
3 comentarios:
"Ningún hombre es una isla entera por si mismo."
Qué dificil es hablar y escribir sobre la muerte, en verdad debería decir, también,leer ó escuchar. Pero siempre alguien nos salva, nos ayuda con sus palabras. Gracias Isabel.
Gracias a vos por comentar sobre esto tan difícil...
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