A mí me gustaba, ahora que puedo comparar ambos mundos, quedar en una cita
o en una visita previamente acordadas en la seguridad de cumplirlas sin ninguna
necesidad de recibir avisos intermitentes del tipo “estoy saliendo”, “ya estoy
viajando”, “llego en quince minutos”, o
“me retraso un poco”. Un presente agobiador e innecesario al que hay que estar apelando
de manera permanente.
La imaginación y la expectativa que reinaban en la lenta espera anterior a
las respuestas se han desvanecido. Pero,
¿a quién le sirve esta inmediatez tan desconsiderada de hoy, para qué nos sirve?
La tecnología puso al mundo a correr y la época neoliberal hace que la gente “no tenga tiempo” para nada, tan ocupados se
encuentran todo el tiempo, y nos hace marcar el paso de las pantallas, día y
noche. La velocidad (dice Byung-Chul Han que el tiempo se precipita porque no
tenemos referencias que lo anclen) nos empuja de una actividad a otra, de un
presente a otro presente frenético, de una ansiedad a la siguiente.
Aquel mundo más
lento iba mejor conmigo o yo con él.
3 comentarios:
Ya me acostumbré a la velocidad en todo, y no sé cómo saldría aunque quisiera
qué tema, a mí me abruma
Ana
cuando me doy cuenta que me cansó, ya es tarde
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