jueves

Aquel mundo más lento

 Me gustaba aquel mundo pre-informático donde todo era más lento. Escribir una carta a mano, en papel, despacharla por correo y esperar unos quince o veinte días la respuesta: una semana o diez días de ida y otros tantos de vuelta si el destinatario contestaba enseguida.  Acostumbrados ahora a la respuesta inmediata de los guasap, que no se conteste enseguida genera ansiedad, inquietud y dudas.

A mí me gustaba, ahora que puedo comparar ambos mundos, quedar en una cita o en una visita previamente acordadas en la seguridad de cumplirlas sin ninguna necesidad de recibir avisos intermitentes del tipo “estoy saliendo”, “ya estoy viajando”,  “llego en quince minutos”, o “me retraso un poco”. Un presente agobiador e innecesario al que hay que estar apelando de manera permanente.

La imaginación y la expectativa que reinaban en la lenta espera anterior a las respuestas se han desvanecido.  Pero, ¿a quién le sirve esta inmediatez tan desconsiderada de hoy, para qué nos sirve? La tecnología puso al mundo a correr y  la época neoliberal hace que la gente  “no tenga tiempo” para nada, tan ocupados se encuentran todo el tiempo, y nos hace marcar el paso de las pantallas, día y noche. La velocidad (dice Byung-Chul Han que el tiempo se precipita porque no tenemos referencias que lo anclen) nos empuja de una actividad a otra, de un presente a otro presente frenético, de una ansiedad a la siguiente.

Aquel mundo más lento iba mejor conmigo o yo con él. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya me acostumbré a la velocidad en todo, y no sé cómo saldría aunque quisiera

Anónimo dijo...

qué tema, a mí me abruma
Ana

Anónimo dijo...

cuando me doy cuenta que me cansó, ya es tarde

Publicar un comentario