El cuerpo destrozado de un
pibe (tal vez) chorro yace en la calle. Lo han golpeado entre muchos hasta
matarlo y ahora yace ensangrentando, ya
muerto, un horror obsceno y acusador a la vista
de todos. Los medios repiten su nombre de nadie conocido más que de algunos allá en su barrio, y que de cualquier
modo nadie recordará. Así, sin que su
nombre sea recordado, ha terminado su vida breve y brutal.
Se desatan ahora vendavales de discusiones y debates que
buscan, dicen, entender esta violencia horrenda. Los debates están cruzados de intereses
políticos que se entretejen también obscenamente en los escenarios mediáticos. Los que llevan la delantera son los que justifican esa violencia y ofrecen
soluciones policiales para el expandido
“problema de seguridad”, como si fuera posible plantar un policía en cada
esquina del país. Juran que más vigilancia terminará con el problema, exigen
presupuestos y jurisdicciones policiales, y comparan con ciudades y circunstancias de
las que nada sabemos. Mienten impúdicamente. Para estos facilitadores policiales el problema tiene su
raíz en la falta de moral. De moral individual de cada chorro porque, para ellos, cada persona es una isla. Solo su
voluntad aislada, su vida sola, le habrá dado todo el
fundamento sobre la que la ha construido, todos los actos de su existencia son de su exclusiva responsabilidad y no reconocen ningún lazo que ancle la
isla al
océano social.
Hay otros que piensan y dicen que cada vida es parte de un continente pero ahora se encuentran en apuros para
justificar porqué esas partes se han soltado y navegan a la peor deriva después
de tanto tiempo de tantas promesas de protección e inclusión.
Y ni unos ni otros quieren empezar por
hacer y reconocer un verdadero diagnóstico: ¿de dónde surgen estas ganas de
matar así, como a un chancho, a un hombre
ya reducido y sujetado? ¿dónde se genera esa violencia de puños y patadas que se descarga
con tanta furia? ¿de dónde (no de cuáles barrios, sino de cuáles vidas) vienen esos
pibes chorros que aparecen como si fueran
cazadores, cazan y se ocultan después en
sus selvas, alejadísimos de las vidas de los que claman contra la inseguridad en las pantallas? ¿por
qué también muchos de ellos matan con facilidad?
Son difíciles y trabajosas las respuestas. Habría que poner mucho empeño y mucha honestidad para contestarlas, pelearse
con muchas figuras y mucha gente común de esas que arden de odio, desarrollar soluciones no inútilmente policiales, combatir la desigualdad social y económica donde, creo yo, navegan sin curso las vidas
breves y brutales, volcar recursos suficientes, atención y trabajo sobre esas existencias antes de que deriven y sobre todo, tener
tiempo. Tener ese tiempo que urge cuando
alguien es asesinado, que es imperativo cuando el vecino-potencial asesino reclama, y que es la principal arma de los que vociferan la solución policial.
Ningún hombre es una isla
entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
La muerte de cualquiera me afecta Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas,
están doblando por ti.
(John Donn)
Isabel Garin
Isabel Garin
3 comentarios:
es muy complejo solucionar esto porque nadie puede esperar, no quiero màs canas y mucho menos quiero linchamientos, en fin, no soy optimista
Anita
está bueno, pero yo tampoco soy optimista, la que deriva es la sociedad entera
muy bueno, Isa! muy bello y político, leí esos versos hace mucho
Luki
Publicar un comentario