Para los porteños del centro es necesario llegar con guía a estos barrios. El Jesús de Laferrere, el de Capusoto, no se hace ver para guiarnos ni ha dejado ninguna señal, y así llegamos a una esquina que se vuelve intransitable. Al rodear la manzana encontramos un punto de partida de los caballos cartoneros: una media docena de ellos descansan al sol antes de salir a trabajar. Es una cuadra donde la tierra ha quedado pelada y los animales, flacos, de pobre pelaje, raspan la tierra en busca de algún recuerdo de pasto. En el hueco de una rueda a modo de comedero, el dueño de un alazán le ha dejado pasto cortado de otro lado. Por aquí tampoco es posible pasar, y retomamos el camino anterior. Parece que una guerra pasó por las calles: no las hay rectas, todas tienen pozos o barro, y montículos de piedras, o de tierra que quedó removida, las corta en cualquier punto. El asfalto es un anhelo que vaya a saber si aún se recuerda. Más atrás, nos indica el guía, está el río que creció y tiró su zarpazo sobre el barrio.
Cuando llegamos al merendero la actividad de este domingo ya está iniciada. Un compañero nos señala la marca de la inundación en las paredes, más o menos a un metro del suelo. En dos habitaciones hay agua todavía, y uno de los trabajos de la jornada será hacer los contrapisos. Hay una cola ya instalada de mujeres que llegan a pedir ayuda, y la organización dispone los turnos. Adentro del merendero, vecinas del "Darío Santillán" separan de entre las pilas de donaciones ropa para niños, mujeres u hombres, y también calzado. El calzado se busca como un tesoro. Son zapatos o zapatillas que valen oro, aún después de haber sido usados y desechados. Los separamos por número, y atendemos los pedidos que llegan uno detrás de otro. Se acaban demasiado rápido los números más usuales.
Se clasifican y cuentan los colchones que han llegado, y se preparan bolsas de alimentos. Se entrega lavandina y agua en botellas. Se monta un consultorio de salud colgando cortinas y mantas de unas sogas. Adentro, una doctora atiende a quien lo solicite. Hay zarpullidos, panzas hinchadas, dolores de articulaciones, palpitaciones...
Una vecina me cuenta cómo llegó el agua a su casa. Vive sola, dice, y esa noche le avisaron: "el agua está acá nomás": ¡Qué miedo tuvo! Se quedó sentada toda la noche en el patio de su casa, sin pegar el ojo, con una vela a mano, esperando, y sin tener adónde ir. Así me cuenta, mientras alcanza los talles de ropa que van pidiendo. Alguien encuentra entre las donaciones unos diez paquetes de velas. Son un hallazgo que se guarda para "los del fondo". Los del fondo, comentan, están peor: aún tienen agua en las casas y siguen sin luz. La pobreza puede descender otros escalón allá en el fondo.
Se ha montado también una radio abierta. Da micrófono para que hable quien quiera y cuente lo suyo, y repasa: "tenemos derecho a que el barrio no se inunde, a que las calles sean transitables, a que el agua sea potable, a vivir sin basura...". Después pone música.
Al caer la tarde la cola no ha decrecido ni un momento. Los más chiquitos aguantan la espera jugando a tirar piedritas a los charcos, a correr, o a correr a algún perro. Los contrapisos se han elevado. Pasaron incontables remeras y pantalones y queda muy poca lavandina. Las mujeres que han trabajado toda la jornada seleccionando ropa se acercan adonde está el calzado y buscan algo para ellas o para la familia. Hacen bromas sobre los zapatos de tacos altos y se ríen de sí mismas porque les gustaría "así" o "asá", como si desear ciertos zapatos fuera un imposible que causa gracia. Algunas encuentran un par que les vaya, otras no.
Más tarde, cuando ya es hora de volvernos, se advierte que la misma jornada podría repetirse mañana. Las necesidades serían las mismas, sólo que tal vez el agua haya dejado en paz a los del fondo. Y que alguno de los chicos de la cuadra que hoy caminaba con ojotas mañana camine con las zapatillas usadas que
3 comentarios:
qué pintura para hacer una película: caballos cartoneros, calles imposibles, una doctora que atiende entre los trapos...ay dios
que buen relado, desde adentro
somos latinoamérica...
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