Me admira reencontrarme con libros que atesoré y que ahora no me importa guardar. Los habré atesorado por variadas razones más allá de la estricta lectura: porque me los regalaron, porque en algún momento se trataba o debatía mucho tal tema o tal autor, porque el autor estaba de moda, porque me recuerdan a alguien, porque me llegaron en “herencia” de otras mudanzas, y así.
Y ¡ay! las ediciones baratas, cuyas hojas resecas y de color amarillo oscuro pareciera que van a quebrarse de nada, y cuya encuadernación no soporta
una nueva apertura porque se desarma, como un ancianito que ya no pudiera hacer
ni un esfuerzo más.
Y ¡oh! los que ahora están en Internet, esos clásicos españoles, aquellos
Shakespears, los otros rusos, esos tesoros de la literatura universal, diría
una solapa. Si están en la infinita web no los guardo impresos para mí, porque
los leo en un dispositivo lector.
La mudanza de libros va tomando forma con esta selección en verdad
negativa: selecciono los que no me llevaré. Llevo una colección de historia a
una biblioteca vecina, llevo los estropeados irrecuperables a un contenedor
para que sean reciclados, y al hacerlo justo pasa un chico cartonero al que le
brillan los ojos por hacerse de esta buena carga de una sola vez.
Y miro ahora mi biblioteca más chica pero despejada y renovada, lista para
mudarse: me gusta. Y me pregunto: ¿qué es lo que muda en una mudanza? Y me
contesto: soy yo la que muda. Hago una mudanza interior al tirar, despejar,
limpiar, hacer espacio, mover lo que estaba quieto y abrir lo que estaba cerrado.
1 comentario:
Es verdad, una mudanza nos muda a nosotros también
Luki
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