viernes

Amargos viajes


Ayer, viajando en el subte E, pasa por mi vagón primero un vendedor que lleva barras de cereales y paquetitos de caramelos en una caja  de cartón prolijamente cortada que tiene al frente su alias de Mercado Pago. Una chica le compra y con agilidad le transfiere el gasto. A continuación pasa una mujer joven con un bebé en brazos y una nena de unos 6 años con la que se distribuyen las filas de pasajeros vendiendo colitas y hebillas para el pelo. Luego pasa un hombre que parece grande aunque oculta la cara con la capucha de su campera arruinada: es un "faldero", los más pobres de los pobres que ni siquiera tienen algo para vender y dejan en la falda de los pasajeros un papelito mínimo, ya borroneado de tantos dedos,  con un pedido de ayuda: "por favor, puede ayudarme con algo gracias". 
Pero todavía faltará otro más, otro escalón de miseria que no tiene ni siquiera ese papelito para acercarse a pedir: un hombre de unos 40 años, sucio,  flaco, con la ropa harapienta, se para al frente y dice. Señores pasajeros, tenemos hambre. Les pido por favor que nos ayuden. Y lo dice con una voz clara y vibrante que suena por sobre el ruido del tren y de la distracción de cada uno. 
Amargos  los viajes en los trenes de hambrientos y desesperados. 


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