En su novela Mañana en la batalla piensa en mí, Javier Marías habla de la muerte que con
gracia ridícula puede sobrevenirnos, y de la oportunidad para reírnos de la
muerte si la que despierta risa le sucedió a alguien desconocido, lejano o
enemigo. Por el contrario de la muerte digna, conciente, que podríamos
esperar; o no conciente pero trágica,
dramática, o de un calmado apagarse y dejar de funcionar, nos puede llegar a
cualquiera una muerte en calzoncillos. La novela trae recuerdos de
infancia de chistes contados en velorios, de comentarios cuando los chicos no
estaban presentes, y de lo ridícula que puede ser la muerte cuando
le asociamos una majestad eterna.
Así
enumera Marías unas pocas posibilidades cotidianas y masculinas:
“Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a
pesar de que eso sucede todo el tiempo…A los vivos y al que se muere —si tiene
tiempo de darse cuenta—les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y
sus apariencias, también la causa. Una indigestión de marisco, un cigarrillo
encendido al entrar en el sueño que prende las sábanas, o peor aún, la lana de
una manta; un resbalón en la ducha —la nuca— y el pestillo echado del cuarto de
baño…Morir en calcetines, o en la peluquería con un gran babero, en un
prostíbulo o en el dentista; o comiendo pescado y atravesado por una espina;
morir a medio afeitar con una mejilla llena de espuma y la barba ya desigual
hasta el fin de los tiempos si nadie repara en ello y por piedad estética
termina el trabajo, por no mencionar los momentos más innobles de la
existencia, los más recónditos, de los que nunca se habla fuera de la
adolescencia…Las carcajadas vienen
porque se habla de un enemigo por fin extinto, alguien que nos hizo
afrenta o que habita en el pasado desde hace mucho, un emperador romano, un
tatarabuelo, o bien alguien poderoso en cuya muerte grotesca se ve sólo la
justicia aún vital, aún humana, que en el fondo desearíamos para todo el mundo,
incluidos nosotros”.
Sin ser emperadores romanos ni todavía tatarabuelo de nadie, quién no sabe de alguna ridícula muerte graciosa de la que se haya reído...
1 comentario:
Leo esto por casualidad, buscando otras cosas y navegando se llega a cosas inesperadas en internet, pero lo leí y me acordé de ser chico y saber de cuentos un poco vergonzantes que los grandes cuchicheaban de algún muerto en situación comprometida. Me ac ordé de eso, no leí a Javier Marías, habrá que leerlo.
Tincho Gonnet
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