En el barrio del Once, en Buenos Aires, circulan multitudes comprantes y
chocantes, que alzan, arrastran o cargan toda clase de bolsas, bolsos, paquetes
y bultos de lo que hayan comprado o vendido,
los percheros cruzan las calles con sus vestidos o
camisas colgantes, los carros cargados de rollos de telas achican las veredas y las
carretillas, con sus bultos encimados,
obligan a que se les abra paso. Las carretillas son empujadas sin ninguna
consideración hacia las multitudes porque si tuvieran alguna no llegarían nunca
a ningún lugar ni terminarían ningún traslado. Cuando vuelven vacías de donde
sea que hayan descargado, van raudas, se deslizan veloces, violentas por entre
la gente, que ahora sin rollos de telas o sin paquetones que quiten espacio igualmente deben abrirlo
a riesgo de que les sieguen los tobillos.
Igual circulan muchos cochecitos de bebés por las veredas
atestadas de gente. ¿Me parece a mí o también los usan, como a las carretillas
del Once, para abrirse paso y andar más rápido que los que no llevan bebés? Van las mamás con la vista al frente, sin
mirar a izquierda ni derecha, veloces, las manos firmes sobre el manubrio, sin
consideración con los que pasan a su lado, obligándolos imperativas a cederles
el paso, traqueteando el móvil sobre lo desaparejo, saltando zanjas abiertas,
sorteando obras, bajando de los cordones,
sin una vacilación en las
esquinas.
Así veo a un cochecito de bebé esperando cruzar la avenida. El tránsito
está atascado más que de costumbre, frenado, trabado, algo pasará cuadras
arriba que a esta altura no conocemos. Cambia la luz en Pueyrredón pero los
autos, imposibilitados de avanzar,
quedan pegados paragolpe contra paragolpe.
Impaciencia entre los esperantes de la esquina, bocinazos, algún insulto
de ventanilla a ventanilla. Cambia la
luz de nuevo y de nuevo no va a ser posible cruzar.
El cochecito a mi lado se decide: la mamá lo baja a la calle, esquiva
una moto que lo ve pasar sobresaltada, y
vista al frente embiste hacia el espacio mínimo entre dos paragolpes. Mete el
cochecito por ahí y acelera: un auto retrocede unos centímetros para darle paso,
y luego otro frena y el siguiente trata de retroceder y otro más de no pegarse
al auto de adelante, y hasta un colectivo, mastodonte a su lado, le cede el
paso. Así, parando autos, deslizándose entre paragolpes y caños de escapes,
llega a la otra vereda y la mamá, sin
volverse a mirar atrás, enfila firme y
se pierde entre la gente.
Los que la seguimos con la vista nos miramos asombrados. A mí me asalta una
duda: el que iba en el cochecito era un bebé de verdad, ¿no? ¿o sería un muñeco?
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