Juan abre la puerta, enciende la luz, porque es temprano y todavía está oscuro, y el depósito se ilumina. El depósito es grande y está lleno desde el suelo hasta el techo de estantes llenos de revistas y libros. Juan se queda un momento mirándolo desde la puerta como si fuera la primera vez que lo ve: desde ahí los anaqueles parecen un ejercicio de dibujo, de perspectivas, de líneas en fuga, y a él le gusta mucho observarlo así. Inspira y siente el olor, que huele a papel encerrado, a aire quieto, un olor que se instalaría persistente si él no se ocupara de abrir las ventanas y dejar que cambiara ese aire. Esta es una de las tareas que le encomendaron no más llegar a la biblioteca: mantener el depósito limpio, ventilado y ordenado. Juan, que sabe que a él le cuesta más que a los demás entender lo que se le dice, escuchó con toda su atención las indicaciones que le daba Gloria, la jefa de la biblioteca, que lo ha tomado bajo su cuidado personal, lo ha recomendado a cada uno pidiéndole que lo ayuden y lo consideren especialmente, y se esmera con el más que con nadie porque es hijo de una amiga.
El depósito es un oscuro objeto del deseo. Así le dijo Gloria, que es
irónica y cinéfila, la primera vez que lo llevó a conocerlo y ver
qué y cómo se guarda, sin que Juan entendiera qué significaba “oscuro objeto
del deseo” aunque por la resonancia de
la palabra “objeto” le pareció que podría ser algo de forma cúbica y materia
dura y pesada. Decidió esperar a
entender sin preguntar nada más. Mientras,
Gloria le contó que el lugar fue un hallazgo de su antecesora, que lo localizó
oscuro y cerrado desde hacía mucho en este edificio tan grande y con zonas
olvidadas, perdidas en el abandono, sin uso alguno. La antecesora lo solicitó a
las autoridades y lo obtuvo, lo limpió y lo acondicionó, y cuando ya estaba
limpio y utilizable se despertaron sordas batallas por él, un deseo de
posesión que estaba atado y que entonces
se desató con furia. Hasta hubo toda una
guerra que duró tres años. Es que habían
aparecido viejos títulos de propiedad esgrimidos por oficinas que argumentaban
que el espacio estaba destinado a algún fin cuyo gestor se había jubilado hacía
una década y de cuyas intenciones no había quedado ni un plano ni una firma ni un papel de verdulería.
Juan dedujo aquí que el deseo sería
oscuro porque no tenían cómo reclamarlo
con claridad. La diplomacia de la institución jugó cartas a favor y en contra, según las demandas que
resucitaban después de tanto tiempo adormecidas. A la encarnizada Guerra de los
Tres Años la ganó la biblioteca, reafirmando de esa manera sus títulos porque
no hay biblioteca que se precie que no haya tenido que batallar por un depósito y se lo haya ganado a puro esfuerzo.
– ¿Entendés? – se había querido
asegurar Gloria.
Ella, Gloria, lo había heredado como
se heredan las joyas del reino, le dijo con una sonrisa cómplice, y ha mantenido la victoria mucho tiempo, tanto
que tendría que hacer memoria desde cuándo se guardan materiales ahí. Mientras,
el depósito se fue llenando de la vida bibliográfica…
– ¿Hay una vida bibliográfica? – se
había asombrado Juan.
…que nace en los expedientes de
compra y se reproduce entre los canjes y las donaciones, y que luego vive y se
desarrolla en los estantes de acceso abierto de la biblioteca, y más tarde se corre y deja su lugar a los
materiales recién nacidos. Los libros y revistas ya madurados en la biblioteca
perduran después en este depósito, le señaló,
por el sentido que les da ser partes de colecciones. ¿Entendía?
Y que el depósito sigue siendo un objeto de deseo, ilustró Gloria, lo demuestra que no pasa año en que no haya que parar algún avance, peligrosas indirectas, susurros a medias solicitud, a medias exigencia, para que la biblioteca lo mude a algún lugar inespecífico y ceda el espacio, que está en la planta baja y es de muchos metros cuadrados y con ventanas a un patio interno que le dan buena luz y aireación.
Y que el depósito sigue siendo un objeto de deseo, ilustró Gloria, lo demuestra que no pasa año en que no haya que parar algún avance, peligrosas indirectas, susurros a medias solicitud, a medias exigencia, para que la biblioteca lo mude a algún lugar inespecífico y ceda el espacio, que está en la planta baja y es de muchos metros cuadrados y con ventanas a un patio interno que le dan buena luz y aireación.
– ¡Jamás! – le enseña Gloria, con el índice en alto.
Jamás. Como el oscuro deseo siempre existe, la biblioteca está siempre en
guardia. Y más ahora, que cambió la gestión y no se sabe bien con qué se puede
venir…No se sabe porque la reciente gestión
no ha convocado a Gloria ni para conocerla y ella ya ha pedido tres veces una entrevista
a las nuevas autoridades, sin resultado hasta ahora. Además se rumorea que existen planes de reformas
edilicias, de cesiones de espacios, de extrañas
concesiones y de cambios en la institución que tienen en alerta a todo el
mundo. Ojos bien abiertos, le dice Gloria a todos los de la biblioteca y
también a Juan. A Juan se lo dice con una expresión amable, que no le exige
como al resto.
Así instruido, Juan ha tomado muy seriamente su trabajo porque es el
cuidador de mucha vida guardada. Le
gusta llegar cada mañana y encontrar el depósito como está, cerrado, porque le agrada hacer algo por él, como
abrir las ventanas y dejar que el aire lo limpie. Mientras se ventila él guarda
concentradamente, con un esfuerzo que le arruga el entrecejo, los materiales
que pidieron en la sala el día anterior de la forma que Gloria le enseñó y que
él pudo aprender gracias a su propia perseverancia.
Hoy, Juan acaba de abrir el depósito y apenas ha terminado de admirar otra
vez las líneas en fuga, cuando dos
hombres llegan detrás de él. Es
temprano, a Juan le parece extraño que
un lector aparezca por sí mismo a buscar
materiales en el depósito, y queda expectante.
Uno de los hombres, que es alto y emana una autoridad que lo inhibe, extiende una mano para saludarlo y se
presenta, pero Juan no entiende quién es porque se ha descolocado por esta
situación fuera de lo habitual. El hombre que emana autoridad escruta su rostro
y su aspecto con curiosidad bien
contenida y luego, elegante, se encoge de hombros y se desentiende de él; a
continuación introduce al hombre que lo
acompaña, el que deja una carpeta sobre
un estante, saca un metro de su portafolios y empieza a medir de acá para allá
y de allá para acá, y de arriba abajo, y a tomar notas en su tableta. Juan duda
entre avisar a la biblioteca, que está
un piso más arriba, de esta visita fuera de lo habitual, o quedarse. Decide
quedarse, porque no puede abandonar la
vida bibliográfica del depósito a merced de estos extraños. Abre las ventanas,
observa lo que hay para guardar, hace como que ordena, pero vigila muy atento.
Después de unos minutos el que mide dice que ya está, y él y el otro se aprontan para retirarse mientras hacen los
últimos comentarios. Desde donde Juan está escucha un “buenos días” que le
darán a él porque no hay nadie más en el
depósito. Se los han dado sin verle la cara y Juan contesta el saludo también sin asomarse; piensa que mejor que se hayan ido pronto
porque esa visita no le gustó nada de nada
y se asoma a la puerta para verlos desde atrás, cuando se van, y asegurarse que se hayan ido. En cuanto llegue
Gloria la pondrá al tanto.
Cuando vuelve a los estantes descubre que en el primero hay algo que no
estaba ahí antes. Se acerca a ver y encuentra que es la carpeta que el hombre
que medía apoyó en el estante antes de trabajar. La carpeta olvidada le palpita
en las manos, intuye que también ella tiene su vida. Podría averiguar quiénes
eran los dos que llegaron tan temprano, cuando él está solo, y averiguar qué
querían, supone. Está muy tentado de abrirla, aunque todavía se contiene. Se
contiene un ratito más, y al fin se deja vencer por la sospecha y abre la
carpeta. Hay papeles con dibujos,
planos, fotos del frente del edificio y fotos del patio interno. Hay notas
firmadas por el nuevo director. También hay, en otro papel grueso y transparente, el logotipo de una cafetería muy conocida adonde
a veces la familia o los amigos lo llevan a él. Y acá está un croquis de…Juan
lo mira de un lado, lo mira del otro, buscando perspectivas porque le resulta
conocido. Lo levanta para verlo derecho y se para en la puerta: mira la misma
puerta en el dibujo y enfrente tres ventanas dibujadas, las mismas ventanas de
verdad que se asoman luminosas entre los pasillos. También hay cuentas de metros cuadrados y metros lineales,
El plano es del depósito, deduce, por eso vinieron a medir. La deducción lo estremece: ahora
sí que entiende que el depósito sea un
objeto de deseo y que ese deseo es
oscuro. El papel le tiembla en las manos. ¿El lugar del depósito se va a convertir en esa confitería que conoce? ¿Y toda la vida que hay, adónde irá? Juan se agarra la
cabeza y recuerda: ¡jamás!
Al instante, se ilumina: da media vuelta y corre a la biblioteca, sube por la
escalera saltando los escalones de dos
en dos, entra como una tromba y se para
frente a la fotocopiadora. Está muy
nervioso y muy apurado, pero a él le enseñaron a hacer fotocopias así que va a copiar
lo que hay en la carpeta y después se lo va a dar a Gloria. Se apura todo lo
que puede, está entregado por completo a hacerlas rápido, algunas le salen
movidas y debe repetirlas, pero termina. Corre de vuelta al depósito, tropieza,
se desliza por la escalera, y llega con el último aliento a ubicar la carpeta
donde la encontró. No ha terminado de hacerlo y está jadeante cuando el hombre que medía se asoma por la
puerta:
– ¡Hola! – saluda – ¿Me olvidé una
carpeta acá? – pregunta, simpático, con tono de hablar a la salita verde de un jardín
de infantes.
Juan se encoge de hombros y hace que revisa: ah, sí, acá hay una carpeta.
–Gracias, querido – le acepta, con una palmadita en la mejilla – Chau.
Juan aprieta sus fotocopias. Ya no falta para que llegue Gloria. Está seguro que la guerra va a recomenzar.
Isabel Garin
6 comentarios:
Isa, reapareciste con un cuento de bibliotecarios! bueno, donde trabajo no hay lugares abandonados pero como es chico más bien lo que pasa es que de disputan el metro cuadrado ay, ja ja
Ani
lindo cuento, realista. la confitería o bar sería una starbucks? podría ser?
Qué buen regreso a este mundo de las letras una al lado de la otra, con signos, con puntos, con diálogos, con el alma de alguien que vive y cuenta lo que vive, más allá de su pecho y de su espalda. Hermoso relato, que me ha hecho recordar algunas contiendas similares, parecidas a lo que aquí se "cuenta"...y ese personaje "Juan"... me recuerda mucho a personas/personajes que enviaban a la Biblioteca, porque o "no servían para otra cosa" o eran los hijos acomodaditos de...Pero Juan no era nada tonto... había "comprendido" lo que Gloria le "había" dicho...lo había hecho suyo...Muy bueno, Isabel. Como siempre. Cuándo vas a reunir tus cuentos en un libro? Se me ocurren tantos titulos... Seguramente a vos también! Abrazo
Gracias, Alejandro, por tus comentarios y tu apoyo. Ya lo creo que mandan a las bibliotecas a acomodados o a inservibles en cualquier otro lugar, ay ay...pero bueno, no sería el caso de Juan, pobre, que se esfuerza todo lo que puede.
Sí, he pensado reunir los cuentos en un libro. Podría abrir la participación para ponerle nombre, no? Abrazo!
Anónimo, claro que podría ser una Starbucks! pensé en esa cadena cuando escribí el cuento
¡Muy bueno el cuento! Me hizo "apurar" el leerlo, como si yo fuera Juan. Además de comprender algo más sobre el particular mundo de los bibliotecarios, me atrapó la dinámica del relato. ¡Felicitaciones, Isabel!
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