En un cajero automático de Buenos
Aires, de cuya ubicación no quiere acordarme, duerme desde hace tiempo una Sin Techo. La
despojada entra al cajero
al atardecer, o a la noche, en verano vestida con restos de ropas con
los que suele hacerse diminutos conjuntos que le cubren apenas las vergüenzas.
A veces la pobre cree que se lava la cabeza y se baña y entonces, desnuda, hace
gestos de enjuagarse el pelo y de jabonarse la espalda. En invierno, con más ropa y calzada, se interna en el
cajero con un diario,
reparte unas páginas sobre el suelo,
se sienta, y sostiene a la altura de la
vista el resto de las páginas. Lee o
hace que lee tan concentrada que ningún ir y venir del cajero la distrae del
diario. Otras veces habla, ensimismada,
dirigiéndose a la bolsa que suele tener a su lado.
Al principio, los que querían entrar recelaban. Les daba miedo, pena, asco,
fruncían la nariz, se retiraban. Pero ella ni los observaba así que, de a poco,
por su persistencia en acogerse ella en ese cajero automático y también ellos
por no salir a buscar otros cajeros, empezaron a tolerarla. A verla sucia, abandonada, a veces desnuda, alienada, en medio del cajero automático. Empezaron a dejar de huir cuando la veían y a avanzar a
las pantallas, espiándola de costado cuando operaban, guardándose el efectivo
en el bolsillo con un sentimiento de sospecha y de vergüenza por tener a sus
espaldas a esa desheredada. Después la repetición de su presencia los fue
acostumbrando, ya nadie huye ni se vuelve a ver por sobre el hombro,
desconfiado. Llegan, empuñan sus tarjetas, extraen algo de savia de los bancos
y se van rápido, muchos evitando
mirarla.
Y ella, tan Sin Tarjeta, cubierta apenas con unos trapos, sigue sentada tan ajena en medio del reino de los bancos.
Isabel Garin
Sin techo - Carlos Azulay |
2 comentarios:
por mi casa tb hay gente durmiendo en cajeros, es muy triste pero uno se va acostmbrando
terrible tristeza de ver tanta gente en la calle, y es cierto que los que tenemos casa a veces no sabemos cómo actuar frente a ellos, son una demanda para cada uno, pero qué se puede hacer...
Ana María
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