A esta hora el sol no tiene
compasión y se descarga sobre las calles
con furor vengativo. En la esquina, el
semáforo acaba de ponerse en verde. La
gente que caminaba lista para cruzar se
detiene, algunos retroceden desde la misma calle y buscan la sombra acogedora del plátano para
esperar el cambio de luz.
Pasan autos y colectivos,
rasantes, sumando el calor de los motores
al del impiadoso sol.
Bajo el plátano, un vendedor de
bijouterie, altísimo y negrísimo, ofrece
sus anillos. Una mujer se los prueba. Unas chicas de secundaria ríen entre
ellas, con algún secreto cómplice. Un
hombre de saco y corbata, con la frente perlada de sudor, habla por celular. Un
muchacho de bermudas rojas se abstrae mirando a unos albañiles colgados del
edificio de enfrente. Una pareja muy joven toma helado de un solo
cucurucho. Un hombre impaciente ya ha
bajado al cordón para lanzarse a cruzar en cuanto cambie la luz. Una mujer, con
su hijito de la mano, vacila buscando una
dirección y pregunta algo al kioskero, que levanta el brazo señalando un rumbo con el índice. Al niño le llama la atención
la indicación y queda fascinado por ella, con la vista fija en el dedo.
La luz cambia. El paso rasante se
detiene.
La esquina, suspendida, ahora se
echa a rodar.
El niño pierde la atención puesta
en el dedo indicador y desvía la mirada, la madre da las gracias, el impaciente,
veloz, ya está cruzando, la pareja se mira y sonríe, con el helado
acabado, el muchacho de bermudas rojas atiende una llamada, el hombre de saco y
corbata guarda el celular, las chicas de secundaria observan ahora al vendedor negrísimo y altísimo, el vendedor
cobra su venta, la mujer paga y cuando
se vuelve, me choca, justo cuando yo
también iba a cruzar.
1 comentario:
Algo tan simple como la espera de varias personas para cruzar una calle mientras cambia el semáforo se convierte en un bien logrado relato urbano. felicitaciones.
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