La mujer da vuelta la esquina, y casi lo pisa: hay un cuerpo en
el suelo. El cuerpo de un hombre, que está cruzado en la vereda. Está de
costado, como si buscara la mejor posición para dormir, con la cabeza apoyada sobre la vereda, en una torsión
difícil para el cuello y la cabeza, que
no tiene ningún apoyo. Una mano entre las
piernas encogidas y la otra cubriéndose la cara, o los ojos, como si la
luz le
molestara. Es un hombre joven, sucio, con la ropa
vieja y mugrosa de un color
ahumado. La piel también es de color mugroso, ahumado.
La mujer, que
venía distraída, se sobresalta y se
detiene. ¿Este hombre estará bien? Debe estar
bien, se responde en el acto, es un sin techo, duerme en la calle…Pero
qué manera tan estruendosa de dormir, interpelando a todos. Otro vecino, vagamente conocido, pasa junto a ella y también se detiene un
momento. La mujer busca opinión o apoyo,
aunque no sabe para qué.
-¿Qué hacemos? – pregunta al vecino, en
una interpelación que demanda o
involucra en plural.
-Debe estar
borracho o drogado – sentencia el vecino categóricamente, y sin
más da media vuelta y sigue su
camino porque a él no le compete esa demanda, y ese plural no lo involucra.
A la mujer la actitud del vecino la enoja,
por indiferente, y la enoja porque
ella no puede alejarse así nomás, y eso le produce más enojo. Un tirón del corazón le
dice que averigüe, que se acerque al hombre dormido o caído, que
vea si está bien, si solo duerme la
mona o está descompuesto. Pero enseguida
desconfía y teme. Si se acercara,
si averiguara, ¿de qué cosas podría enterarse? ¿Qué abismos de miserias
y abandonos se abrirían ante ella? ¿Qué le demandarían? ¿De qué tendría que
hacerse cargo? Y si estuviera descompuesto, se vería en la obligación de llamar
una ambulancia, ¡con lo que tardan en llegar!, y después tendría que atender un interrogatorio, y esperar y esperar… ¿Cuánto tiempo? ¿Una
hora, una hora y media? ¿Dos? ¿Más?
La mujer se dice
que no, que hoy llegaba muerta de cansancio, que no tiene ganas de esperar una
ambulancia y vaya a saber qué más (trámites, denuncias), si es que se acercara
al hombre caído en el suelo, si se inclinara sobre él, y si al llamarlo, al
sacudirlo, el hombre caído no respondiera. ¿Respira? Sí, respirar, respira. Y respira plácidamente, como si estuviera en
lo más profundo del sueño, tan desentendido de lo que ocurre a su alrededor.
Debe estar
durmiendo la mona, nomás. O pasado de rosca. La mujer se convence. Tan sucio y
zaparrastroso, pobre tipo que duerme en donde puede. Así que da la vuelta,
ella, como antes el vecino, y se va.
Además, da la vuelta con urgencia para dejar de ver la mano ésa con que el
hombre se cubre el rostro, o los ojos. A la mujer se le figura
que podría estar llorando…
No, mejor se va.
Su departamento
está a mitad de cuadra. Camina, camina,
camina, rapidito, encuentra la llave en la cartera, abre la puerta del edificio
y detrás suyo la puerta se cierra,
¡plap! Después abre la puerta de su
departamento y ¡plap!, la cierra detrás
con un portazo.
Plap. El hombre caído quedó atrás, abajo.
Se quita los
zapatos de tacos altos y se queda
descalza. Prende el televisor, siente
hambre. ¿Qué hay para
comer? Recién ve un
mensaje: él no viene, hoy cena
sola. Mejor, tenía ganas de hacer nada.
Se ubica frente
al televisor con un sándwich enorme, tanto que verlo le da risa. Le da risa, y en seguida se acuerda del
hombre, abajo. Iba a dar una soberbia mordida, pero…no puede morder.
El hombre caído, abajo, ¿no se habrá
desmayado de hambre?
No, se dice, tan flaco no estaba.
Pero, ¿y si lo despierta y le lleva un
sándwich?
No, se dice,
tendría que despertarlo y no sé con qué se aparecería si lo despierto…Además, ¿y si estuviera
llorando nomás? ¿Qué hago, lo consuelo? ¿Me siento al lado y lo escucho, y me hago
cargo? ¿Y cómo hago si le falta todo desde que nació? ¿Y si tuviera que
quedarme con él toda la santa noche?
No, no quiero.
La mujer se
dispone a comer. Se ordena comer. Así que
da un gran mordisco a su sándwich.
Pero muerde y siente que se le
desapareció el hambre rico y animal que traía. Ahora resulta que se fuerza a
comer.
- Vos siempre la misma -
se reta.
Cambia de canal. Pasa a otro,
y a otro, y a otro…Nada, no puede
olvidarse del hombre abajo.
¿Y si el hombre,
abajo, estuviera descompuesto? Pero descompuesto de verdad, algo del corazón,
por ejemplo. No, no sería del corazón,
con esa postura de costado que tenía, acomodado para dormir mejor, no
desmayado. Dormir donde lo agarre el sueño, la curda o lo que sea.
La mujer toma
otro bocado, y cambia de canal otra vez. Y se dice, sin hacer ninguna promesa, que en cuanto termine de comer bajará a ver qué es del
hombre ése. Tal vez se despertó y se fue, tal vez lo despertó la cana a
patadas… No, eso no, no quiere pensar eso.
¿Pero podría ser, no? No, bueno, no puede hacerse cargo de la brutalidad
policial también. Al fin, resulta que siempre está haciéndose cargo de todo.
Pasa una mosca volando y se hace cargo.
La mujer siente
que tiene un gran bocado inmóvil en la boca,
que no está masticando. Se está acordando del vecino que dijo “debe estar borracho o drogado”, y que
dio media vuelta y siguió su camino. ¿Cómo hay que hacer para ser tan
indiferente? La mujer moviliza al bocado, mastica lentamente, sin ningún gusto.
¿Baja? ¿No baja?
La mujer sube el volumen de la televisión.
Bueno, ¿qué hace?
¿Y por qué le
parece que debería hacer algo? ¿Y por qué
debería hacerse cargo del hombre caído? ¿Se hace cargo el vecino ése,
eh? ¿Cuántos pasaron al lado del hombre y siguieron de largo? A ver, que
levanten la mano. ¿O estarán dándole vueltas al asunto, culpándose por
egoístas, como ella?
La mujer encuentra que echarse culpas es
una porquería. Vuelve a retarse.
La mujer piensa
que tal vez, si bajara ahora, el hombre ya no estaría. Desea con todo su corazón que el hombre caído
no estuviera más, se hubiera ido, lo hubieran llevado, cualquier cosa… pero que
no estuviera más…Que pudiera decir “subí
a comer algo y cuando bajé ya no estaba”.
Va a bajar, para ver que no esté. Va a
bajar para ver que no esté.
Pero, ¿y si está?
De la bronca que
siente deja de comer, la mitad del sándwich enorme descansa en la
bandeja. Seguro que el hombre se comería esa mitad con tantas ganas si alguien se lo ofreciera…
- ¡Basta! -
se grita.
Empareja con un
cuchillo la mitad del sándwich enorme y lo envuelve en
una servilleta, y encadenando un movimiento detrás de otro para no arrepentirse, se calza, deja
el televisor prendido, abre la puerta del departamento,
baja por la escalera para no permitirse ni un segundo de espera del ascensor,
abre la puerta del edificio, y sale a la vereda.
Mira con los ojos grandes, siente los ojos grandes en
las órbitas.
Mira: el hombre
caído ya no está.
Ya no está. No
hay nada de él, ni un trapo olvidado, ni
un tetra, ni una mancha, nada…Parece que no hubiera habido nadie ahí,
nadie dormido en un sueño escandaloso
que se cruzaba imperativamente sobre los
demás. La esquina está vacía de su estruendo.
La mujer
mira a los lados, mira las calles, a ver si lo descubre. Pero
no, no está a la vista. Pasan a su lado unos chicos, una señora que también conoce vagamente y que la
saluda, y un repartidor de pizza, cada
uno en su universo. Ninguno parece haber sabido.
La mujer se
dice, sin alegría y con alivio, que se le cumplió el deseo. Siente vergüenza
de haber deseado esto mismo. Siente el sándwich inútil en la mano. Y mientras
vuelve paso a paso a su casa ya siente lo que la acompañará mañana todo el
día: una cosa chiquita que le hará preguntas,
pero en un tono bajo que no le va a impedir hacer nada, algo como una molestia, algo menos que una distracción,
apenas si un toque de atención cada vez
que de vuelta la esquina de su casa.
5 comentarios:
No sé si hacer coincidir un escenario real con otro literario es productivo mientras leo, pero sin dudas el retrato de esa esquina de Buenos Aires y sus protagonistas, me llegó profundamente. Acto de destacar la belleza cotidiana. Acto de reivindicar de todos los mundos que nos rodean
perdón, este comentario era para el post "Elogio de los chinos de la esquina" :)
El vecino un indiferente que prejuzga y no quiere saber nada de lo que "incomoda", la mujer tiene algo en su corazón que la inquieta, la hace pensar y sufrir pero cuesta mucho trasladar eso a una acción concreta. El joven un enigmático ser urbano. Me parece una excelente alegoría! Felicitaciones.
Sí, es eso de pasar al acto lo que le cuesta tanto...quisiera no verse involucrada pero la ciudad y uno de sus pobres, como desecho, la interpela
Respondo con un fragmento del magnífico texto de Elena Poniatowska publicado este domingo en la revista RADAR:
Domingo, 9 de diciembre de 2012
logo radar
Para andar sobre las brasas
Por Elena Poniatowska
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La crónica en América Latina responde a una necesidad: manifestar lo oculto, denunciar lo indecible, observar lo que nadie quiere ver, escribir la historia de quienes aparentemente no la tienen, de los que no cuentan con la menor oportunidad de hacerse oír. La crónica refleja más que ningún otro género los problemas sociales, la corrupción de un país, la situación de los olvidados de siempre. Sus hallazgos bien pueden saltar a la novela y por lo tanto resultan muy difíciles de encasillar. ¿No es ficción o es ficción o es las dos cosas? Monsiváis nunca se preocupó por encontrarle solución a este rompecabezas.
En México, denunciar se paga con la muerte y ser cronista es poner la propia vida en peligro. Manuel Buendía, por ejemplo, fue el primero en ser abatido por la espalda en la calle como un perro el 30 de mayo de 1984 por saber demasiado de la guerra contra el narcotráfico y sus lazos con los militares y los gobernantes de México.
A esta tarea se ha querido darle una ideología. Pero ¿cómo abarcar la ideología de una ciudad de 20 millones de habitantes? Fabrizio Mejía consignó una frase en una manta del movimiento #YoSoy132. “Si tú no ardes, yo no ardo. Y si no ardemos juntos, ¿quién iluminará esta oscuridad?”
Mientras duren en los países de América Latina las condiciones de opresión, miseria y marginación, la crónica que se deriva de la historia oral será la única manera que tenga el lector de enterarse de vivencias insospechadas y ajenas. Un lector muchas veces hostil a conocer las verdades de su propia realidad.
Meto todo en lo que escribo, las palabras y las miradas, diálogos, descripciones objetivas y subjetivas, observaciones que creo sesudas, monólogos interiores, mis propios sentimientos e impresiones, ¡cuántas impresiones y cuántos recuerdos!, la torpeza de mis buenas intenciones, el rechazo de mis entrevistado a su aceptación.
Trato de que no se me olvide nada, repaso, corrijo y vuelo a corregir. Describo lo que veo, se me caen los ojos de cansancio sobre el teclado pero allí sigo atornillada esperando que algún día escribiré un buen texto, una buena crónica, una buena novela, la ilusión que compartimos los que nos dedicamos a esto. Mis vivencias más genuinas surgen al escribir y no al calor de los acontecimientos o cuando la amenaza es real. Claro que lo que me repito mentalmente hora tras hora nunca sale igual en el papel. Investigo, intento ser minuciosa, soy subjetiva y emocional, me equivoco, torturo a mis entrevistados que no son otra cosa que mis personajes y llamo por teléfono a Monsiváis, consejero áulico de sus amigas, que a la primera frase me dice que todo está bien con la esperanza de que me encierren con los loquitos de la Castañeda. Pero insisto, siempre insisto.
Soy mujer, soy subjetiva y emocional pero intento ofrecer descripciones objetivas, sobre todo de los personajes que entrevisto. Lo que escribo es impresionista pero sobre todo está ligado al periodismo.
Vivo, en verdad, como un cable de alta tensión, siempre a punto del corto circuito. El poeta Jaime Sabines lo dice mejor que yo y me permito pedirle prestadas sus palabras ya que también fue mi entrevistado:
“Me quité los zapatos para andar sobre las brasas.
Me quité la piel para estrecharte.
Me quité el cuerpo para amarte.
Me quité el alma para ser tú.”
Este es el texto leído en la apertura del ‘Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2’, organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el octubre pasado en la ciudad de DF.
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