martes
Un día en las vidas de Jorge-Matías: comentario en radio
En el programa La casa invita del lunes 25 de marzo, por AM 750, la columnista de literatura Miranda Carrete comenta mi novela Un día en las vidas de Jorge- Matías.
Comentario:
https://ar.radiocut.fm/audiocut/literatura-con-mirandacarrete-en-lacasainvita-por-am750hoy-un-dia-en-las-vidas-de-jorge-matias
Gracias, Miranda!
viernes
“Roma” en los Oscar: disparen contra Yalitza
El domingo 24 de febrero se realizará la entrega de los premios Oscar. Estos premios se entregan de acuerdo a la visión de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, corazón de una de las industrias culturales más poderosas del mundo, la de Hollywood. La Academia siempre ha seguido en sus elecciones los debates políticos y sociales de los Estados Unidos (las guerras, la especulación financiera o inmobiliaria, el poder de las corporaciones, la violencia social, homosexualidad y cuestiones de género, etc.), y desde determinadas visiones políticas los de otros países y circunstancias. En los rubros técnicos los Oscar están también siempre a la cabeza de los avances y novedades tecnológicas de la cinematografía. Ahora es el turno del streaming, la modalidad que domina Netflix de distribución bajo demanda de contenido multimedia por Internet. De esta manera han comenzado a estrenarse películas de primer nivel de producción al mismo tiempo en los cines y en Netflix, algo que se verá reflejado este año en la premiación.
Tal es el caso de Roma, la película dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, que tiene diez nominaciones a los Oscar incluyendo la de Mejor película además de Mejor película de habla no inglesa, una doble nominación nada común. Tampoco es común lo sucedido con la protagonista Yalitza Aparicio, una joven mixteca que nunca había actuado en cine ni tenía ningún desarrollo actoral, y que está nominada a Mejor actriz por su papel de Cleo, el protagónico de Roma, junto a verdaderos pesos pesados como Glenn Close o Lady Gaga.
Pinche india
Roma recibe respuestas apasionadas adonde sea vista. El director Alfonso Cuarón celebra que su película despierte hondos sentidos emocionales y además que abra un debate, ahora explícito, sobre el racismo en el mismo México. Cuando la protagonista, desconocida hasta el estreno, comenzó a ascender como figura pública mediante múltiples presentaciones, entrevistas en medios nacionales e internacionales, tapas de revistas y más, Yalitza Aparicio comenzó a recibir ataques y descalificaciones que revelan profunda discriminación, descreimiento de sus capacidades, intensas broncas y envidias desatadas.
Por supuesto que ella y la película han recibido felicitaciones, apoyos y buenos deseos en su país pero estos no han ocultado los otros comentarios: reconocidos actores y actrices, conductoras de televisión, miembros destacados del ámbito de la cultura, la descalifican considerando que simplemente Yalitza “ha tenido buena suerte”, “que le tocó a ella”, que no ha elaborado un papel porque simplemente actúa como es y que no podrá sostener una carrera de actriz, sin que falten los comentarios machistas (expresados por mujeres) de que no tendrá suerte en Hollywood porque para eso “le haría falta un cuerpazo”. E incluso que tuvo la suerte de la fea. También se hizo público que existía un movimiento de actrices para impedirle que fuera nominada a los premios Ariel, los más destacados del cine mexicano.
Más graves por su crudo y cotidiano racismo han sido los comentarios del conocido actor Sergio Goyri. En un video ocasional, en reunión de amigos, se lo escucha protestar porque hayan nominado a los Oscar a “una pinche india, que solo dice “Sí, señora, no, señora” (en la película) y que la metan en una terna a mejor actriz del Oscar”. Después que se viralizaran sus expresiones recibieron un fuerte repudio, de apoyo a Yalitza, y más tarde Goyri pidió disculpas, pero ya había revelado su pensamiento real acerca de Aparicio. Un pensamiento no solo individual.
Más allá del racismo
A los insultos y descalificaciones Yalitza responde que está orgullosa de su condición de mujer indígena. Y muestra y defiende sus orígenes al declarar que entrará a la gala del Oscar acompañada por su madre, una mujer que siempre ha sido empleada doméstica, igual que el personaje de Cleo.
Por su parte Cuarón reivindica también que en la película se hable mixteca, uno de los varios idiomas originarios que se ocultan en México, y sostiene que darles lugar es parte de una lucha contra el racismo y el clasismo. Y reafirma junto a Yalitza la lucha de los inmigrantes en Estados Unidos al dirigirla en una sesión de fotos justo frente al muro fronterizo que separa a ese país de México.
A lo largo del tiempo la Academia de Hollywood ha sido acusada con razón de ignorar o disminuir la nominación de directores o actores negros, para terminar entregando un Oscar “blanco”. Podría ser que en esta oportunidad buscara reivindicarse, en posición contraria a las políticas inmigratorias de Trump, premiando con el Oscar a mejor actriz a una joven mujer mexicana, que debuta en cine, indígena, de orígenes muy humildes, que habla un idioma originario, y que no cumpliría ciertos estándares de belleza que se imponen en las pantallas. Y que el director de Roma gane varias de las nominaciones que ha sumado permitiéndole a ambos, entre otras cosas, destacar las condiciones de vida de los de abajo en México y en Estados Unidos.
No estaría nada mal en épocas de agresión extrema contra los inmigrantes, violencia contra las mujeres, desprecio y ocultamiento de los originarios y explotación de clase.
Isabel Garin
(colaboración en
lunes
Una historia que flotaba en el agua
Una vez soñé que yo entraba a un libro que flotaba en el agua. En realidad lo que flotaba era la historia que ese libro contaba, y yo, sumergida, veía desde abajo el texto que ondeaba suavemente en el agua cristalina, y leía las palabras al revés, límpidas y ondulantes en el reflejo de la luz.
Isabel Garin
domingo
¿Por qué no te lees un librito de vez en cuando?
Eso preguntan Thalía y Lali Espósito en su tema Lindo pero bruto. Y se lo preguntan a ese bello de cuerpo duro pero cerebro en blanco al que invitan a hacer "desastres" un rato.
Un rato de desastres o de alboroto y luego que se vaya a leer algo no estaría nada mal en estos tiempos de apariencia y de pantallas. A pesar, entonces, de tanto de las dos (apariencia y pantallas), el libro sigue guardando la capacidad de enseñar, de instruir, de ofrecer ese ejercicio intelectual de la lectura que no se encuentra de otro modo, y de colmar un cerebro vacío, según la sugerencia que le hacen las chicas.
sábado
Milanesas
El hombre es joven pero la vida
en la calle lo ha estropeado y es fácil
darle más años de los que tendrá. Que todavía es joven se nota por su porte
erguido, y que sufre estropicio por las arrugas prematuras en la piel
oscurecida y por los dientes faltantes.
Justamente de los dientes se trata.
Hace varios días que no mete entre los dientes que le quedan algo sustancioso,
algo sólido, algo de carne, algo salado que deba masticar y al que se le sienta
el pedazo al pasar por la garganta. No ha recolectado más que desayunos
permanentes, recogidos de caridades de las panaderías o de sobras de bares: un par de sanguchitos de miga con casi
nada en el medio, dos porciones frías de pizza, unas medialunas saladas un día,
unas medialunas dulces al siguiente… Hoy ha despertado soñando con milanesas.
Se despertó comiendo milanesas en su casa, en la casa donde vivía de chico y
adonde las milanesas eran un lujo muy ocasional y muy medido. Pero en el sueño
había, y muchas, en una fuente grande en medio de la mesa, y por más que él y
sus hermanos comían todas las que querían la fuente estaba siempre llena.
Sacaban y sacaban milanesas y seguía habiendo, con muchas pero muchas papas
fritas.
El hombre se despertó en la
entrada del banco donde duerme con esa consistencia de carne empanada en la
boca y el estómago haciendo ruidos de vacío. Ese vacío acuciante lo puso de
pie. Sintió también que no aguantaba otro día más de medialunas y que salivaba
de ganas de comer milanesas.
La memoria que se las hizo soñar le
dejó una en el cerebro. Con ella titilando caminó durante la mañana a la deriva hasta llegar
frente a una rotisería china de autoservicio. Es mediodía ahora y el espectáculo es soberbio: hay
cuatro largas hileras de fuentes metálicas repletas de comidas. Algunas, las
calientes, desprenden un suave vapor. Las
frías esperan quietas, metros y metros de ensaladas diversas, budines, postres.
Las vaporosas son canelones de verdura, tartas de choclos o de jamón y queso,
arroces, albóndigas de carne en su salsa, batatas dulces o saladas, hamburguesas
variadas, berenjenas, carne al horno, pasteles de vegetales al horno, bombas de
papa con queso.
Y milanesas. El hombre se detiene
en la puerta, que está abierta, invitándolo a pasar. Hay milanesas, las
descubrió en el primer vistazo o tal vez ellas mismas lo llamaron. Su cuerpo tiembla
de excitación. Su conciencia en el estómago lo impulsa y da un paso. Pasa la
puerta como si pasara una frontera, la pasa y entra.
Y se abalanza. Se abalanza
sobre la fuente de milanesas. Ha empujado a alguien de ese lugar, un hombre que
retrocede, sorprendido, unas chicas que se servían cerca se alejan, asustadas.
Pero él no ve a nadie. Ve milanesas. Agarra una, la siente en la mano, la
estruja para sacarle la verdad, y se la lleva a la boca. Le da un buen
mordiscón y en la boca es real, no es un sueño, es carne, huevo, pan rallado.
La mastica. Lo confirma. Otro mordiscón, ahora tiembla de plenitud, ¡come
milanesas! Se acaba la primera en tres o cuatro bocados velocísimos. Agarra
otra.
A su alrededor se arma un
remolino extrañado. Los clientes con sus fuentecitas en la mano se han paralizado
viéndolo comer ahí mismo. Desde el mostrador los dueños que envuelven las
fuentes y cobran salen de un instante de sorpresa y le gritan algo en chino,
¡alto!, se supone, y ahora salen de
atrás del mostrador al mismo tiempo que aparecen empleados de la cocina,
atraídos por los gritos.
El hombre nota que se acercan y en un reflejo de lucidez se aferra con la mano
izquierda al exhibidor de comidas: de ahí no lo saca nadie, va a seguir
comiendo milanesas aunque deje la vida. Enseguida siente que lo tiran desde
atrás pero él tiene una milanesa en la mano derecha y la aprieta bien fuerte
aunque un chino a los gritos se la quiera sacar. De ninguna manera. Con la
cabeza para atrás, tironeado por los pelos, empujado, insultado, no pueden
abrirle la mano izquierda aferrada como garra y no es posible cerrarle la boca
con la que sigue comiendo. Sí, señor.
En los forcejeos algún codo o
mano ha caído sobre los canelones vecinos y los ha desarmado y desparramado en
una mezcla de verdura, ricota y salsa blanca que salpica a los luchadores. Se
oye un coro de exclamaciones del público que parece asistir a una inesperada y
exaltada obra de teatro. No logran retirar al hombre del exhibidor, alejarlo,
porque los intentos de hacerlo son desordenados y superpuestos y no advierten
que lo que tienen que hacer es sacar de allí la fuente de milanesas, y como no
lo advierten el hombre vuelve a pescar con la mano derecha, inteligente y
autónoma, otra más, y sigue devorándolas ante la furia china que
quiere detenerlo torciéndole el brazo y no lo consigue.
En esas están todos cuando un
patrullero se detiene frente al local. El hombre ha oído la sirena y advierte
la amenaza de su reflejo azul pero ahora ya está satisfecho. Abre la mano
izquierda, se suelta. Mastica el último bocado, se relame, se pasa la gozosa lengua por los labios.
Isabel Garin
Isabel Garin
martes
Sumatorias
Hay una remota sensación de tener
que cruzar a pie un país entero; o de inabarcable, igual que frente al
mar, ante el libro muy extenso. Me ha
pasado de dudar emprenderlo en una cierta evaluación costo-beneficio que nunca
he sentido con las obras más breves. A cualquiera, corta o larga, puedo dejarla
cuando quiera si no me gusta pero dejar de leer la extensa me remite a
flojedad, abandono, retroceso, como si el libro extenso solo por esa condición
me desafiara.
Pero si el libro extenso me gusta…
¡qué placer que sea ancho como el mar! Así recuerdo haber navegado por la
Pastoral americana, de Philip Roth, durante unas vacaciones en las que no podía
dejar de leerla. A la mañana salía de caminata por la playa con ella en la mochila,
y donde me sorprendieran las ganas de descansar o después de bañarme la sacaba
para continuarla. Me gustaba poder
volver muchas veces a leerla y hacia el final, como siempre me pasa cuando lo que
leo me cautiva, contaba o palpaba las pocas páginas que restaban de las 546
trajinadas por el Sueco, el protagonista, deseando que no acabaran nunca.
A las 765 páginas de El hombre
que amaba a los perros, de Leonardo Padura, entré sin ninguna duda y las
navegué de día y de noche atrapada por
las vidas dramáticamente confluyentes de Troski y de Mercader y por los tiempos
que vivieron, de feroces persecuciones, enfrentamientos y guerras, y también
atrapada por el melancólico Iván, por los descubrimientos que va haciendo de
ese hombre que pasea por la playa con sus galgos rusos. Página tras página sin ningún naufragio de
aburrimiento deslumbrada por asistir a épocas tan definitorias en la piel y sufrimientos de sus protagonistas.
En cambio, estaba por defeccionar
con La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina, leídas ya una veintena o
treintena de páginas sin que el español Ignacio Abel
intentara alguna clase de seducción para que me quedara en su historia.
Iba así, a punto de abandonarla irritada con el nivel de detalle minucioso que
se cuenta acerca de ese hombre que se encuentra en la cima de su carrera
profesional y también de su hastío familiar, cuando vi cómo hacía barquitos o
casitas o avioncitos para sus hijos, él, el arquitecto tan reconocido, jugando
al placer de hacer pequeñas cosas con sus propias manos. Y en ese momento hizo
el gesto invitador para que no me fuera y terminé fascinada viviendo con él las
958 páginas en las que Abel transcurre su existencia en Madrid entre 1935 y 1936, arrastrado por los
remolinos de su amor clandestino con Judith y por el comienzo de la Guerra
Civil.
Había ido a la feria del libro y,
suerte para ella, había encontrado varios títulos que le interesaron a muy buen precio. Se los compró y volvió
feliz a su casa. Los estaba compartiendo con su familia cuando el hermano menor
empezó a hacer una actividad extraña con aquellos ejemplares de novelas, de
cuentos o de poemas: los abría, miraba la última página, parecía contar, dejaba ese libro a un lado, tomaba otro,
miraba la última página, contaba algo, y así hasta terminar la pila que mi
compañera había llevado. Y al final, como alguien agobiado por un
descubrimiento de pesadas consecuencias, se agarró la cabeza con las manos y
exclamó:
─ ¡Son 1150 páginas!
Había sumado en total las de
todos los libros. Sin reparar en los títulos, los autores o el entusiasmo
literario de la hermana, la sumatoria lo había desolado.
domingo
Cebado
La yerba se lava rápido cuando se toma de a dos, me harté de cambiarla tantas veces, si alguien se arrima a mi ritual que no reclame, no mueva la bombilla, no se meta con mi nostalgia, que se aguante si el agua quema, no me mire con ganas de cebarme, me cebo mis propios mates y si quiero, cuando se me dé la regalada gana, le cebaré, bien cebado.
Que me mire a los ojos, que no me agradezca, ahí se termina todo, con un gracias miserable, me levanto a calentar más agua, pero agua para mí, para mí solito y si no conversa que me mire a los ojos, que me cuente un cuento, si quiero llorar voy a llorar, que no pregunte estupideces y sobre todas las cosas me abrace antes de irse y otra vez, nada de dar las gracias, ahí se acaba todo.
El agua no tiene que hervir, el amor quema la yerba y ella pierde su amargura, su parte más viciosa, la que la hace mate, el motor del deseo, ese olor silvestre que despierta a cualquier bestia de ciudad.
Escribo porque es una esquina escribir, salir, a veces me digo, por qué no escribís un poco.
Caliento el agua, cargo el termo, la medida de siempre, el abismo entre la bombilla y la yerba, irse donde no hayan televisores ni cuadros, al lugar donde nadie quiera encontrar a nadie. El mate en soledad, es mi peor vicio. Intento dejarlo, que me ceben un poco los otros, necesito no tomarme tan solo todo.
José Cabrera
José Cabrera es actor, director de teatro, poeta y escritor, además de paraguayo migrante en Buenos Aires. Aquí su "Cebado", tomado de su blog Vulgar y silvestre. Vale la pena conocerle todo (lo que él quiera dejar conocer)
Xilografía de Carlos Colombino
viernes
La personita
El chico, que tendrá unos veinte años,
me cuenta que no fue un descubrimiento en algún momento de su vida, que lo ha
sabido y lo ha sentido desde que puede recordar y que siempre le ha parecido
tan natural y tan propio que ni siquiera
se le habría ocurrido comentarlo con alguien, como nadie comenta, por obvio, que tiene dos orejas o cinco dedos en la mano.
El chico dice que tiene adentro
suyo una personita que lo habita. Cuando me lo dijo lo miré con desconfianza
calculando si no estaría en pleno delirio, pero luego le creí y me dejé llevar
por su relato. La personita que lleva adentro mide unos tres milímetros y así como
es de mínima lo reproduce exactamente, tal cual es el mismo chico pero en tamaño
minúsculo. Habita entre los huesos del cráneo, por las órbitas, los maxilares,
los cornetes. Por lo general duerme detrás de la nariz, acurrucada en la
cavidad nasal y tan cómoda que el chico ni la siente. Es muy curiosa y suele
salir de reconocimiento por un oído o por otro, aunque también suele dormir
largas temporadas en las que no se siente en lo más mínimo y parece haber
desaparecido en los tejidos interiores.
Cuando el chico quiere jugar con su personita
resopla fuerte y la despierta. Su yo diminuto se despereza, se estira, y si está de buen humor empieza a moverse, da saltitos, gira, baja por la garganta y al pasar le da un
manotazo juguetón a la campanilla, que vibra y produce un cosquilleo muy
agradable, y desciende todo lo que puede, agarrándose a las paredes en
escalada. Al chico le gusta mucho bajar a su interior y ver con los ojos de la
personita lo que hay adentro suyo.
Pero si un día la personita está de mal humor se le
sube por los senos paranasales y se lanza desde allá arriba a toda velocidad
provocándole estornudos como de alergia. El chico dice que siente perfectamente
el raspar de su pequeño yo cuando se desliza fuerte a propósito. Otras veces el minúsculo ser, relajado, feliz,
se deja llevar por el paso del aire, se deja hamacar con el aire que pasa por
detrás de la nariz y se queda jugando ratos largos a ir y venir con cada
inhalación y exhalación.
Así vive el chico habitado por la
personita a la que de ninguna manera quiere perder. Esto manifiesta mientras los dos charlamos
esperando que nos atienda el otorrinolaringólogo. Y me explica que ha venido a
la consulta por dolor de oídos pero que si con esos aparatos de temible poder
que todo lo ven en el interior de la gente le descubren a la personita y la
acusan del problema de los oídos, jamás
permitirá que la ubiquen y se la extirpen. Así asegura cuando el médico sale y
llama al próximo, que es él. Nos
despedimos, le deseo suerte y él entra al consultorio firme y con su decisión ya
tomada.
domingo
Sístole y diástole
desde el tiempo del Rodrigazo,
cuando no se encontraba aceite
azúcar o papel higiénico,
y cuando se encontraban
eran impagables,
que se empezó a grabar
esta memoria mía.
Desde entonces mis neuronas
tienen memoria de inflación
mi biología
los glóbulos rojos
y los blancos,
mi sístole y mi diástole
mi sístole y mi diástole
recuerdan inflación.
En el 89 y en el 90
desenchufé la heladera,
mejor no gastar en electricidad
cuando no teníamos ni un ramito de
perejil
ni una zanahoria que guardar.
ni una zanahoria que guardar.
Ni una moneda para viajar.
Sístole
le pedíamos a los choferes del 95
si nos podían llevar
diástole
y cuando cobrábamos,
hacíamos plazos fijos a una semana
para tener algo, para no perder
tanto.
Pero igual la inflación nos apaleaba.
Desde entonces,
cuando cae la devaluación sobre nosotros,
¡sístole!
castigo, tempestad,
cataratas sobre nuestras cabezas,
mi biología me dicta:
corre al supermercado
compra aceite, arroz, yerba
¡diástole!
que todo va a subir de nuevo
mientras duermas estará subiendo
va a subir de vuelta mañana
y pasado mañana,
debes tener algo en la alacena
¡corre!
sístole
¡apura!
diástole
Y señala con el dedo índice:
Y señala con el dedo índice:
todo será remarcado
y cual maldición bíblica
sufriréis el castigo del código
de barras
cuando paséis por la caja del
supermercado,
fuegos de la devaluación
descenderán sobre vosotros
y pereceréis
ardiendo de carencias, de rabia,
de billetera flaca o tarjeta
colapsada.
Sístole,
dólar padre nuestro
Diástole,
madre inflación.
Isabel Garin