En su novela La tierra del fuego,
Sylvia Iparraguirre, que es de Junín, despliega su relato sobre dos o tres extremos: la Tierra del Fuego, en
el sur más sur imposible; la pampa
nuestra, ya no tan al sur, y Londres, todos en el S. XIX. Esta novela
varias veces premiada y reconocida
fue publicada a fines de los 90.
No tengo ganas de extenderme sobre ella,
sobre la que muchos y mucho ya se
ha hablado siendo de no reciente publicación.
De lo que tengo ganas ahora es de reproducir su vista, su mirada, sus definiciones y percepciones sobre la
pampa de la provincia de Buenos Aires de donde yo también vengo, y desde donde muchas veces hablo, recuerdo,
siento y pienso, reconociéndome en lo que la autora dice en los fragmentos que siguen.
El que cuenta y vive hacia 1865 en medio de esta llanura es el protagonista, John William
Guevara, que así la ve y la nombra:
"Hoy, en medio de esta nada, sucedió un hecho extraordinario. Tan de tarde en tarde la llanura rompe su monotonía interminable que cuando el punto vacilante en el horizonte creció y fue un jinete, y cuando pudo deducirse que su dirección era la de estas pobres casas, ya la impaciencia nos mandaba esperarlo. Si es que puede llamarse impaciencia el mirar silencioso y obstinado clavado en el horizonte. Cierto que era un hecho inusual, pero su verdadera dimensión, la dimensión que horas después cobraría para mí, no podía siquiera sospecharla cuando desde mi casa, apartada una legua de las otras, lo veía venir, recto, hacia nosotros. Digo nosotros pensando en el puñado de vecinos dispersos que forma lo que llamamos el caserío de Lobos".
"Son las dos de la madrugada.
Graciana duerme en el catre. Repongo el
cabo de vela para poder continuar. El viento ha cesado y la noche, serena y
universal, se adueña de todo. La pampa, que
miro a la luz de la luna desde mi ventana, es una inmensidad que provoca
primero una nada y más tarde un sosegado
pavor. Salvo los bárbaros y algunos
gauchos nadie se aventura en ese silencio. De vez en cuando tropas de carretas
gigantescas, inclinadas hacia la tierra, cruzan el horizonte como barcos
perdidos. Si hablo de la llanura es
porque sigue siendo para mí algo
recuperado. Nací y crecí en ella, me fui
cuando empezaba a vivir, y ahora que he vuelto tengo necesidad de nombrarla.
Mis compatriotas jamás consideran este lugar,
simplemente viven en él".
"La llanura nocturna es como un
mar inmóvil. La noche se hace dueña del
mundo y hay veces que uno tiene que susurrar, decir algo. La llanura se traga
todo. Entonces uno susurra, como para comprobar que vive".
"A la tarde, alcé la pipa y el
tabaco y dejé la casa. Caminé metiéndome en la llanura donde lo que manda es la
comba del cielo, que lo aplasta a uno. Arriba, el cielo de un azul purísimo;
abajo, la llanura como un círculo plano. Mi perro Ayax es mi único testigo. El
viento barre la tierra seca. Una bandada de biguás corta el aire en lo alto".
"De donde nosotros veníamos no había tiempo, no se sabía cómo había transcurrido porque la vida parecía volver siempre a la tierra sin dejar huella. Había que atar los hechos a la llanura para que no se volaran".
(Y agrego yo: la llanura de John William Guevara es la del S. XIX.
Hace mucho que ya no hay que atar los hechos a la llanura para que no se vuelen. Los hechos: la pampa alambrada, el tren que apareció, cruzó el S. XX y desapareció, pueblos y ciudades, cereales y ganado, soja e inundaciones, todos sobre ese círculo plano, quieto, bajo la comba altísima del cielo arriba).
1 comentario:
nombre raro el del protagonista...pero lo que se lee de la pampa es precioso
Ani
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