sábado

Los lomos de los libros, campo de batalla y obra de arte

Los editores se dividen en dos bandos irreconciliables: los que creen que el rótulo
en los lomos de los libros deben poder leerse de abajo hacia arriba y los que opinan lo contrario. Pero además hay quienes convierten ese espacio en obras de arte y hasta quienes los transforman en poesía.

Por Cristian Vázquez - Letras libres


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Alguien se para ante un estante con libros y, para poder leer con claridad el nombre del autor y el título en el lomo del primer volumen, inclina un poco la cabeza hacia un lado. Luego la vista pasa al siguiente libro, y luego al siguiente y al siguiente. En algún momento, en el segundo libro, o en el quinto o en el décimo, inevitablemente, tendrá que mover la cabeza, inclinarla en el ángulo contrario. Y después volver a la inclinación primera. Y, más tarde, volver a cambiar. Así, la persona que quiere conocer el contenido de una biblioteca se descubre a sí misma moviendo la cabeza como los perros cuando quieren escuchar mejor.
Entonces uno se pregunta: ¿cómo es posible que los editores no hayan acordado hasta ahora un sentido en el cual escribir los lomos de todos los libros? La respuesta la da Mario Muchnik, mítico editor argentino radicado desde hace décadas en Madrid, en su libro Oficio editor, de 2011:
“Dos escuelas rivalizan en cuanto a este elemento esencial del libro [el lomo]. Por un lado están quienes sostienen a muerte la idea de que el rótulo del lomo de los libros ha de ser puesto de manera que se lea de abajo hacia arriba. Por el otro, quienes sostienen a muerte lo contrario: de arriba hacia abajo. Conozco amistades que se han roto a causa de este diferendo insubsanable”.

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La tradición de escribir en los lomos de manera tal que se lean de abajo hacia arriba corresponde a lo que se llama la escuela francesa o latina. El fundamento es el siguiente: los distintos tomos de una obra o colección deben colocarse en el estante de forma correlativa y de izquierda a derecha, que es el modo en que leemos. Solo con lomos que se leen de abajo arriba sus textos quedarán en orden uno debajo del otro, como si fueran los renglones de una página.
La corriente opuesta es la anglosajona. Señala que si los libros se apoyan en cualquier superficie con la portada hacia arriba, los lomos a la francesa quedan al revés. Para que eso no suceda, deben poder leerse de abajo hacia arriba —aducen estos editores—, para que se lean bien cuando más cerca de los lectores se encuentran: apoyados sobre una mesa a la espera de que se retome la lectura, expuestos en los escaparates de las librerías, cuando se trabaja con ellos durante semanas…
“Que cada editor haga como quiera —pide Muchnik—, pero que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”.

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El diseñador inglés Joseba Attard, que lleva varios años trabajando en España, ratifica que los editores de la mayoría de los países europeos adscriben a “la escuela francesa”, mientras que los de Gran Bretaña y Estados Unidos toman partido por la contraria.  Dice haber hecho un pequeño experimento: analizar su postura al tener que inclinarse para leer lomos de ambos tipos. Concluyó que tuvo que inclinarse menos para leer los lomos anglosajones, por lo cual siente que esta es la posición “más natural”.
Sin embargo, a otros blogueros les parece “más natural” inclinar la cabeza hacia la izquierda, que es lo que hay que hacer para leer los lomos latinos. Yo comparto esta misma sensación. Y seguramente no hay nada de “natural” en ello, sino puros usos y costumbres.
Por curiosidad, decidí echar un vistazo para ver qué opción predomina en mi biblioteca. Tomé como muestra uno de los cuatro muebles que la componen. Tras excluir la minoría de volúmenes gordos en los que el título y el nombre del autor aparecen en posición horizontal, el resultado es muy parejo: los de lomo latino constituyen el 53% del total y los anglosajones el 47% restante. Eso sí: tengo unos veinte libros en inglés y todos respetan esta última tradición, la que obliga a inclinar la cabeza hacia la derecha para leer sus lomos de arriba abajo.

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Además de ser un campo de batalla para los editores, los lomos de los libros, con un poco de creatividad, se pueden convertir en auténticas obras de arte. De eso se encarga, por ejemplo, la empresa Juniper Books, que diseña sobrecubiertas de manera tal que el lomo de cada volumen es pieza de un rompecabezas que adorna toda la biblioteca. Así, la colección de los libros de Jack Londonconforma con sus lomos un cuadro con el rostro de Jack London acompañado de muchos de sus personajes.

librosjacklondon


Y también se puede jugar con los lomos de los libros como lo viene haciendo Nina Katchadourian desde 1993, con su proyecto Sorted Books: construye poemas con los títulos en los lomos de los libros, algo así como una vuelta de tuerca a la clásica consigna del cadáver exquisito. “Lomopoesía” lo llamó en su blog la española Elena Rius. Hice un intento con libros de mi biblioteca y me salió esto:

lomopoesia

A ver quién se anima a construir también su propio lomopoema. Por supuesto, les pasará como a mí, que tuve que colocar algunos libros boca arriba, pues seguían la tradición anglosajona, y otros boca abajo, dado que respetaban la costumbre latina. En este caso, fueron mayoría los primeros: siete de los diez que usé —editados por Seix Barral, Debolsillo, Alpha Decay, Muerde Muertos, Sudamericana, Alfaguara y Emecé— formaron parte de ese grupo. Solo tres —Plaza & Janés, Almagesto y otra vez Alfaguara (“que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”)— lo hicieron a la francesa.
Hay una posibilidad más: hacer como Alberto Laiseca y forrar todos los libros con papel blanco. Además de dificultar los robos, como quería el autor de Beber en rojo, la técnica quizás evite dolores de cuello.

Boxeo antipatriarcal

Subirse al ring de un club de boxeo antipatriarcal

Una cronista visitó este lugar donde la consigna es darle pelea (literalmente) a la categoría de macho
PARA LA NACION
SÁBADO 25 DE MARZO DE 2017
105Foto: Mariana Pardo
En un barrio ensiestado, de quioscos y almacenes cerrados, un par de decenas de personas comienza a dar fe de aquello que asegura que las cosas más interesantes ocurren en los barrios comunes, sin anuncios en Facebook ni hashtags en Twitter. Son las 6 de la tarde, el sol brilla y el galpón, como las cuadras a su alrededor, aparenta estar en plena calma. Nada parece estar pasando detrás del portón de chapa negra. Pero no es cierto. A pocas cuadras de un territorio indiscutiblemente masculino de Capital Federal, repleto de talleres y fábricas, una organización llamada Skinheads Antifascistas convocó a una mélange insólita que puede resumirse en dos palabras: boxeo antipatriarcal. Desde un Fight Club propio cuestionan los valores, la estética y la actitud sobre los cuales se construyen los machos héroes del boxeo. Y respaldan su visión con marcos teóricos audaces y rupturistas. No se trata sólo de hombre o mujer, violencia o paz. Cuando el anarqueersmo se sube al ring, casi no hay idea que no reciba una buena paliza.
En la entrada de este particular Club de la Pelea, un cartel da la bienvenida a inmigrantes y refugiados. "Ninguna persona es ilegal", asegura. Las reglas de convivencia quedan establecidas a pocos pasos de aquel portón negro: acá no se permite el machismo, la misoginia, la transmisoginia ni la homofobia. Tampoco se admite la crueldad animal. En el buffet los productos son veganos y la promo que nutre a los peleadores es de hamburguesas de lentejas o garbanzos y jugos. Como un enorme garaje, el club es de cemento rústico pintado, está sudado y no tiene ventanas. Su planta baja se divide en dos. En el segundo cuerpo hay un escenario y un ring. Ahí apenas se ve el revoque. Las paredes están cubiertas por arte queer: ilustraciones inspiradas en Disney, firmadas por un tal Ninja Rojo, mezclan un trazo fantasioso con frases y evocaciones a la cultura "popno" (pop y porno). Pronto, en este suelo habrá sudor y purpurina en las mismas proporciones.
Como en cualquier club de boxeo hay peleadores grandes, fuertes, toscos, con imágenes de la Virgen y el Gauchito Gil tatuadas en sus torsos, y orgullo por los modales simples y rudos. Pero a diferencia de cualquier otro club, acá esos hombres comparten espacio e incluso entrenan a militantes veganos, a feministas con pelos de colores, a chicas trans y drags que con el mismo orgullo se abren paso entre tipos que bien podrían no tener espejos en sus casas. Sobre el ring no sólo se intercambian secretos estratégicos, también expanden cosmovisiones. En este mejunje de cerámicas y pestañas postizas, que forma una de las nuevas células más modernas que existen en esta ciudad, aquello de "la imaginación al poder" se vuelve real. ¿Es un búnker político? ¿Apolítico? ¿Estético? ¿Un juego? ¿Un gimnasio o un centro cultural? Las nuevas configuraciones culturales ya no podrán ser encasilladas en las viejas categorías. Su apariencia mucho menos. En este espacio no se reniega de lo bello ni de lo feo, de lo académico ni de lo visceral. El cocoliche que se crea da como resultado una atmósfera explosiva de la que surgen fusiones inesperadas.






Antes de las piñas,antesde que las drags tomen el ring para boxear "Dirty" de Christina Aguilera, antes de que una de ellas se convierta en la presentadora que anuncia los rounds, en el salón previo al del ring se entrenan ideas. Como una suerte de feria punk, en mesas de madera se exhiben cientos de fanzines que evocan la estética y la filosofía "Do it yourself". Este "Do it yourself", sin embargo, no es el mismo que aquel que todos conocemos. Va más allá de gestionar fiestas, más allá de grabar la música propia y de pegar tachas en un jeans. Va más allá de los fanzines hechos con fotocopias y abrochadoras. "Hacelo vos mismo" en la era del tutorial web ya no alcanza. La consigna hoy es más desafiante: "Hacete vos mismo". Lo que hoy representa el tipo de rebeldía capaz de asustar a cualquier padre no tiene nada que ver con alfileres de ganchos ni crestas. Hoy el "Do it yourself" se propone arremeter de frente no sólo contra las categorías de clase social y la moral heredadas, sino también contra algo contra lo que las generaciones anteriores nunca se animaron: el género.
No importa qué tan alternativo sea el contexto, es en esta voluntad de cuestionar al macho desde las entrañas de un club de pelea en donde se encuentra la verdadera alternatividad y novedad de la movida. Pero no es sólo al macho al que se lo cuestiona, es a la distinción entre sexos, a los formatos de relaciones establecidas y a la obligación de definirnos a través de lo que hacemos con lo que tenemos entre las piernas. "Hombre es una mala palabra, por qué definir es crear una prisión", "Sobre intersexualidad: textos sobre silencio, ocultación y amputación de cuerpos intersexuales", "Hacia un transfeminismo insurreccional" son sólo algunos de los títulos que se pueden comprar a precio a voluntad. La mayoría de los textos provienen de una "distribuidora insurreccionalista" llamada peligrosidad social que se encarga de la difusión de artículos agrupados por temas: liberación animal, salud, okupación, drogas, revisiones históricas y, en especial, lucha queer y feminista. Los discursos salen de claustros universitarios y organizaciones militantes, y son definidos como "Foucault para encapuchados". Los interesados en difundir las ideas que ellos agrupan pueden compartirlas en redes sociales claro, pero también pueden descargarlos y venderlos con una única condición: que lo recaudado se destine a proyectos afines.
En la "pista" suena Bob Marley, suena The Clash y Ru Paul. La música sólo se interrumpe cuando los profesores suben a pelearse. Mondula Méndez, 1.95, en tacos, se contorsiona con un cartel que indica el número de round. Sus brazos son casi más gruesos que los de los peleadores porque también entrena. Junto a ella, drags llamadas Ana Abierta, Dixit Letit y Sónica Valentín arman un juego: "Maltrato al macho".
Cuando la pelea sobre el ring finaliza y Lady Gaga explota en los parlantes, ellas buscan hombres heterosexuales para encapuchar y atarlos con correa. Los pasean por la pista entre aplausos y ovaciones. Son muchos los que se ofrecen para ser "maltratados". Todos terminan en un trencito que finaliza cuando Dixit y Sónica toman el ring para pelearse coreográficamente. Se arrastran, se arrodillan, gatean.
Para cuando terminan, el galpón es una fiesta. El barrio nunca se enteró.

viernes

Cuentos de bibliotecarios e imagen social








En el boletín electrónico  de ABGRA Nº 4, último del año 2016, fue publicado el artículo que escribimos con María Claudia Antognoli sobre la presentación que hicimos en octubre pasado de los Cuentos de bibliotecarios en la Feria del Libro de Mar del Plata.
Cuentos y algo más: ¿cómo nos ven a los bibliotecarios? ¿qué imagen tenemos? ¿quiénes producen la imagen social de la profesión? Estas y otras preguntas y tentativas de respuestas en el artículo. Y los cuentos al final. 






miércoles

Mi cuento "Babelita" publicado



Mi cuento "Babelita" ha sido publicado en plaquettes por #lamariposaylaiguana, junto con otros de Leticia Hernando y de Soledad Gómez Novaro.
"Babelita" está escrito alrededor, sobre o detrás de la celebérrima Biblioteca de Babel, de Borges. Si los filósofos, los matemáticos y los historiadores han escrito sobre la Babel, ¿por qué no lo haría yo, con mis ojos de bibliotecaria?
Ya avisaremos cuándo y dónde hallarla/s.