Cuando ella llega de vuelta a su casa
hay un arbolito de Navidad verde y colorido en el hall del edificio, con una
estrella dorada y brillante en la punta. Ya está armado, adornado con globos de
colores, titilante de lucecitas, convocante de los recuerdos de infancia, y ella se deja convocar. Simple y
sencillamente el arbolito le despierta alegría o una alegre expectativa que no
sabe ni se pregunta si tiene pies y está parada sobre la tierra. Nada más se
deja alegrar por el arbolito. Y agradece a quienes lo hayan armado y lo hayan
dejado de regalo para todos los vecinos en la entrada.
La tarde siguiente, cuando regresa,
hay un pequeño tumulto en el hall. Cuatro o cinco vecinos discuten airados y
ofendidos alrededor de un vacío: el arbolito no está. En su lugar han escrito un cartel que dice: “Si usted no ve al arbolito aquí es porque uno de sus vecinos
se lo robó”.
¡Ah! ¡Ahhh! Ella se paraliza. ¿También
se roban los arbolitos de Navidad? ¡También se roban los arbolitos de Navidad!
Alguien se lo robó, alguien del edificio, y es un robo más de los tantos que se
producen sobre la vida de todos los días. Pero éste más sobre las expectativas
y los intangibles, más sobre las memorias y los deseos, porque ¿quién ganará
nada con unas ramas verdes de plástico y unas bolas etéreas que se quiebran de un respiro?
Eso intercambian José, el del 4º B, y
Analía, la del 5º, y los demás: ¡Robarse un arbolito! Es lo último, se enojan, un arbolito
de navidad no es necesario, si no tenés, no tenés y listo, nadie se ha muerto
porque no tenga un arbolito, y además tengamos cuidado que entre nosotros hay un
chorro. Lucas, el chico del 6º, alto y flaco y con la cabeza llena de rulos,
escucha sin intervenir pero mira con sorna, le parece a ella. ¿Mira con sorna? Sí,
confirma con cierta bronca, parece que se estuviera divirtiendo, y no le
extraña: Lucas tiene fama de antisocial,
peleador, revoltoso. Uf.
Ella se retira después, un poco
abatida. Todo lo podría entender, todo
lo que fuera concreto, comestible, de abrigo, de techo, de hambre, de frío,
pero robar un arbolito de Navidad le cuesta, le cuesta aceptarlo y se encrespa de enojo,
de irritación, de rechazo al afano barato y absurdo, y al sentido: ¿cuál vecino
lo afanó por nada, por gracia, por contar la anécdota, o tal vez lo regaló sin ningún costo personal?
Lo masculla varios días hasta el mismo 24, cuando sale con apuro a comprar más mayonesa para terminar los piononos y las ensaladas rusas. Ya ha anochecido. Va a cruzar Garay debajo de
Autopista cuando ve a la ranchada que sobrevive ahí, en la noche caliente de la ciudad. Antes solía tener prevención de pasar por esa
vereda pero la ranchada es más bien indiferente a su paso, solo
de tanto en tanto le han pedido alguna moneda, pero nunca la molestaron. Está
caminando cuando algo le llama la atención: hay un reflejo dorado que parece flotar sobre las cabezas en medio de
los cuatro o cinco hombres oscuros que charlan sentados y se pasan una botella
de uno a otro, alrededor de una parrilla mínima, una parrillita precaria sobre la que algo tirarán porque ellos también van a celebrar.
El reflejo dorado se
ilumina en su memoria. Aminora el paso y
al fin se detiene frente al grupo. Se detiene porque el reflejo dorado es… ¿es el
de la estrella de la punta del arbolito? ¡Sí, es esa estrella! ¡Y es el
arbolito robado! Aquí está, algo torcido pero igual de brillante por los globos de colores, entre los cambalaches de la ranchada, un carro
de supermercado, una torre de colchones doblados, cajas de cartón, ropa
tendida. Los hombres se han callado, sorprendidos y a la espera de que esa mujer, detenida ahí, haga o diga
algo. Ella todavía no reacciona cuando
detrás del carro de supermercado ve asomar una cabeza con rulos y descubre a
Lucas. Lucas también la descubre y la mira sin ocultarse, con una semisonrisa de desafío. El instante se carga, hace mucho que el momento está inmóvil y ya se ha hecho muy pesado, con todos
detenidos como en una fotografía. Al fin ella se recobra cuando advierte que
está parada ahí, sin decir nada.
—
¡Feliz Navidad! — dice entonces.
—
Feliz Navidad, señora — le contestan, y el tiempo y la botella entre ellos
vuelven a correr.
Adicción a las letras. Libros en papel para lectores digitales
De la selección de autores y temas al marketing de un libro, toda la industria editorial se adapta para llegar a destinatarios que leen de manera fragmentaria, transmedia y veloz
Tal vez a simple vista pueda parecernos que, desde su invención, el libro no ha sufrido cambios radicales, como tampoco nuestra manera de leerlo. Sin embargo, el acto de leer es una práctica que está cada vez más atravesada por la era digital. Una era cuyos códigos y lógicas hace tiempo han trascendido el mundo virtual para transformar el espacio que nos rodea. La onda expansiva de esta revolución alcanza también la industria editorial.
La chica del tren, el título que es best seller aquí y lo ha sido antes en Estados Unidos, Inglaterra y otras partes del mundo, no hace otra cosa que confirmar ese diagnóstico. A la hora de explicar las razones de su éxito de ventas, no son pocas las voces que consideran que la novela escrita por Paula Hawkins ha encajado perfectamente en los intereses del público femenino de 25 a 35 años, que creció leyendo sagas adictivas como Harry Potter, que gusta de invertir en la compra de libros más que el público masculino y que busca historias atrapantes que logren abstraerlo de la vorágine cotidiana. Para este segmento tan bien delimitado por la industria existe una propuesta a medida: la grip lit, integrada por títulos que buscan replicar el boom reformulando los mismos condimentos que tiene La chica del tren.
El fenómeno no es nuevo: antes de la grip lit estuvo de moda la chick lit(literatura romántica o erótica, con exponentes como El diario de Bridget Joneso la saga de las Cincuenta sombras de Grey). Ambos subgéneros de la literatura de ficción conviven con la boomer lit (compuesta por títulos que buscan atraer el interés de los baby boomers), el domestic noir (novelas de suspenso y misterio sin detectives ni policías), los show writers (historias escritas por personalidades que no vienen del mundo de la literatura) y la literatura Young adult (novelas y sagas orientadas al público juvenil, que exploran las problemáticas típicas de los jóvenes y en muchos casos tienen un fuerte contenido fantástico), por nombrar algunos de los ejemplos. Todos casos recientes de una lógica exitosa que viene del mundo del marketing y consiste en detectar a grupos específicos de consumo (en buena medida, buscando pistas en la Web) y brindarles una oferta a medida.
Lectores de la aldea global
El desafío de detectar al lector de la aldea global es crucial para la supervivencia de una industria que hoy compite con un sinfín de estímulos en materia de consumo cultural y entretenimiento. Y aunque la atención se centre en quien lea libros físicos, todos los caminos por los que transita conducen a Internet. Es por eso que todo el proceso que va desde la selección de un autor hasta la exhibición de un libro está alcanzado, en mayor o menor medida, por la era digital.
"El mayor cambio se ha dado en la forma de recibir, evaluar y seleccionar obras originales. Ya que además de la forma tradicional de recepción de obras, por correo, concursos o a través de agentes literarios, ahora se suman las plataformas digitales de escritura como Wattpad o provenientes de redes sociales como Instagram y YouTube. Debemos estar atentos a todo lo que sucede en el universo digital", reconoce María José Ferrari, editora del Departamento Infantil y Juvenil de la editorial Planeta, quien reconoce que la suya es un área que ha experimentado grandes cambios con la irrupción de la era digital.
"En cuanto al planeamiento editorial, tratamos de cubrir la diversidad de géneros sobre los que los jóvenes demuestran estar interesados, con la inclusión de autores extranjeros y autores locales. Y cuando se trata de sagas exitosas a nivel internacional, buscamos salir en simultáneo en todas las filiales del Grupo Planeta, para atender a la inmediatez de consumo a la que están acostumbrados los jóvenes hoy en día. Internet ha impuesto nuevos hábitos de consumo en los que los usuarios consumen lo que tienen a su disposición, al alcance de un clic; de lo contrario, dirigen su atención hacia otro contenido. Este comportamiento se traslada al mundo físico: si no encuentran en una librería o tienda lo que quieren consumir, eligen otra cosa", explica Ferrari.
Salteados versus remodernistas
Internet también ha impuesto nuevos hábitos de lectura. Leer en la actualidad implica no pocas veces una batalla por mantener la concentración, por no sucumbir ante otros estímulos que buscan atraer nuestra atención. Comparado con el lector medio del pasado, el lector de hoy tiene mucho menos en común de lo que podríamos suponer, aunque para comparar nos remontemos pocas décadas atrás. Por eso, a la hora de buscar a ese lector de la aldea global es necesario contar con una brújula: hay que entender qué lee y cómo lee.
"Macedonio Fernández hablaba del 'lector salteado'. La era digital es la invasión de los lectores salteados. Son lectores arrojados a su propia deriva. O como diría Espen Aarseth, lectores que no leen el texto sino que transitan por él, lectores que están en todas partes y en ninguna. Así, el lector de la era digital deviene un lector de fragmentos acelerados", analiza Juan José Mendoza, investigador del Conicet y director del proyecto "Maneras de leer en la era digital", en la Agencia Nacional de Promoción Científica.
Mendoza, autor de El canon digital. La escuela y los libros en la cibercultura y Escrituras past: tradiciones y futurismos del siglo 21, entre otros títulos, califica al lector contemporáneo como un DJ de citas. "Es alguien que samplea fragmentos de libros o de páginas web indistintamente y de una manera omnívora, desjerarquizando tradiciones y haciendo mezclas indiscriminadas de cualquier tipo. Las pantallas -las librerías- son como cocteleras. Los sitios web de venta de libros, las librerías, son como barras de tragos. Elzapping es también la tradición del lector contemporáneo. Como si la TV o los videojuegos hubieran sido la preparación cultural para nuestro nuevo ambiente."
De acuerdo con Mendoza, editor del sitio www.tlatland.com, en esta época en donde la novedad convive con cierta nostalgia por el pasado, los DJ de citas cohabitan con los lectores remodernistas: "Conscientes de ese imperio de la aceleración de los fragmentos, hay quienes evocan una desaceleración de la lectura. Habría una suerte de reacción anacrónica, intempestiva, llevada a cabo por una suerte de luditas defensores del papel. Lectores que yo llamaría ?remodernistas' -restauradores del modernismo-, que reivindican una edad anterior de la literatura caracterizada por una lectura de larga duración. Es la lectura que reclaman libros como Sendas de Oku, de Matsoo Bashõ, por ejemplo. Aun así todos, según nuestros diferentes momentos de trabajo, fluctuamos entre ambas posiciones: entre lectores salteados y lectores remodernistas. Porque, como diría McLuhan, no es que una forma tecnológica nueva reemplace a otra precedente sino que las nuevas formas se integran con las anteriores".
Se dice que alrededor del 50 por ciento de las compras de libros se deciden después de recorrer la Web. Por eso, y tal como afirma Ana Laura Pérez, editora de Penguin Random House, es razonable que hoy las editoriales dediquen mucha más energía en la presentación de cada título en la Red.
"Es fundamental medir a los autores en el mundo digital, pero no nos queda claro si eso redunda en ventas concretas. Una pregunta que nos hacemos es a la venta de cuántos libros equivale tener cincuenta mil o cien mil seguidores en Twitter, por ejemplo", reconoce Pérez.
"Es cierto, la oferta editorial está hipersegmentada, tenés más especificidad y tiradas más chicas. Hay mucho menos tiempo para leer. Parte del tiempo que le dedicábamos a la lectura hoy lo ocupamos en mirar series. Pero yo me pregunto si estos cambios no tendrán que ver más bien con lógicas ligadas al capitalismo", agrega.
Cambios y resistencias
Adaptarse a los nuevos tiempos, aprender nuevos lenguajes, asumir cambios que poco tienen de cosméticos: los desafíos de la industria editorial son enormes y también generan resistencias.
Daniel Benchimol reconoce que algunos sectores más conservadores no terminan de ver la necesidad de cambio. Sabe de lo que habla. Benchimol es director de la agencia Proyecto 451, que brinda servicios de consultoría y gestión a editoriales, empresas y organismos en su tránsito de lo analógico a lo virtual.
"Circulan artículos más o menos recientes que celebran las ventas de libros en papel y las toman como indicador de que todo está bien, de que no hay riesgo de crisis ni necesidad de cambiar. Pero ¿qué es lo que se vende? Libros para colorear para adultos. Se trata de una industria que produce un volumen impresionante, a razón de un libro cada 18 minutos en la Argentina. Un producto nuevo que tiene detrás toda una estrategia de distribución y comercialización diferente del resto. Pero en una sociedad hipersegmentada en materia de gustos y géneros, los únicos datos con los que se cuenta son los títulos publicados y vendidos. Si después se leyeron o no, es un misterio que no parece importarle mucho a la industria", dice Benchimol quien, sin embargo, hace algunas salvedades.
"En las pequeñas editoriales independientes, que suelen tener una mirada más fresca de la industria, se percibe una actitud más receptiva hacia los cambios y las oportunidades que ofrece esta época", reconoce.
El doctor en Comunicación Social y miembro de la Academia Nacional de Educación, Roberto Igarza, está convencido de que hay muchos más lectores de los que, a priori, puede suponerse. Sólo es cuestión de ampliar el foco que miran las encuestas. "Hay ciertas prácticas de lectura supuestamente vergonzantes que no registran las encuestas. Por ejemplo, cuando se leen fragmentos, géneros, o en soportes y formatos diferentes a los que la industria rastrea en esas investigaciones. Si lo que queremos es identificar las prácticas de lectura y no las unidades compradas de libros, es claro que habría que reorientarlas", sostiene el especialista.
Igarza destaca, sin embargo, algunas novedades en las prácticas del mundo editorial. "La industria hace bien en entender que los prescriptores tradicionales requieren ser complementados con perfiles capaces de empatizar con públicos de nicho, más segmentados, que promuevan el diálogo. Por eso los booktubersse han convertido en prescriptores y están siendo, en gran medida, absorbidos por las editoriales."
De la misma manera, sostiene que no existen en las prácticas de lectura situaciones o escenas que no sean transmediales. "En una escena encontramos una cohabitación entre formatos, dispositivos y géneros de diferente origen. El más claro es que, mientras leo, no apago el celular. Se da una suerte de apilamiento de medios. Lo mismo ocurre cuando un párrafo se vuelve árido: recurro a la Web para poder comprenderlo mejor. La industria es consciente de esa actitud transmedial y lo que se percibe es que está buscando tener cada vez mayor predominancia en el ecosistema de medios que nos rodean. Así, si tenés dudas, podés consultar la página web del autor o ver algún material adicional de los realizadores", ejemplifica el especialista, también docente e investigador universitario.
En un artículo dedicado a analizar las oportunidades y retos para la industria editorial de su país, la costarricense Marianela Camacho Alfaro, experta en Filología Española, Lingüística y Edición Digital, sostiene que el potencial de incorporar las nuevas tecnologías en el proceso de edición va más allá de convertir o digitalizar los libros ya impresos o de preservar en soporte digital las obras y su herencia cultural. Sus reflexiones bien aplican en un contexto como el nuestro: "El futuro de la industria va de la mano de incorporar y generar nuevos discursos digitales, de modo que la noción de texto deje de ser la de 'algo fijo', que haya conexiones y posibilidades más allá del texto; de ampliar la oferta de contenidos culturales con innovadores modelos de negocio; de abrir espacios de participación a los lectores para que éstos generen contenido, interactúen con los textos y compartan sus experiencias lectoras a través de páginas web, de redes sociales y de redes de lectores (Goodreads, Wattpad, Lectyo); de evolucionar en nuevos géneros, formatos y tipos de lectura; de ir más allá de las dos dimensiones".
El desafío no es menor. Tal como afirma la especialista, se trata de repensar y reestructurar lo que viene haciendo la industria editorial desde hace más de quinientos años. Un momento bisagra -como el que ya han debido atravesar el cine o la música- que implica reinventarse. Pasar del monólogo al diálogo. Y reafirmarse en tiempos de bits.
El viejo se sentaba siempre en el escalón de un negocio cerrado en Muñiz casi Carlos Calvo, bajo los tilos y los paraísos que perfuman la cuadra en
primavera. No era un sin techo, alguna
casa o habitación tendría para
refugiarse, pero andaba cerca de serlo. Lo veía siempre vestido con un sobretodo gris y gastado, dejando que el tiempo pasara sentado en su escalón, intercambiando
comentarios con los vecinos, una bolsa informe
al lado que vaya uno a saber qué contenía, una radio a transistores, chiquita, que sostenía con la mano al lado de la oreja
escuchando su programa favorito.
Aunque estuviera sentado se lo
veía alto y corpulento, y de aspecto majestuoso. Al aspecto majestuoso se lo
daban el pelo y la barba blanquísimos y largos que enmarcaban un rostro cuadrado,
de grandes ojos con ojeras marcadas y
nariz pronunciada y de carácter. Y se acentuaba
por la manera lenta y grave de moverse o de hablar, de girar la cabeza y
tardar en fijar la vista, como si el
tiempo a él no lo corriera. Al contrario: como si él, el viejo, fuera el dueño del tiempo, y los hombres y las
cosas se quedaran esperando la resolución de su saludo, la respuesta a una pregunta, el permiso para
que el perro que sacaron a pasear se le acercara a olisquearlo. Levantaba entonces una mano en gesto lento de
bendición o de saludo real y le hacía al perro del vecino una caricia en la cabeza.
No, no parecía un sin techo. Más
bien parecía un viejo rey en el destierro, y más, se me ocurría: tal vez un
dios griego, de aquellos que bajaban a caminar el polvo del mundo entre los humanos, perdido en esta época. O por lo menos,
insistía yo cada vez que lo veía, un hombre que fue rico y perdió toda su
fortuna. O tal vez un actor que fue
célebre haciendo a Shakespeare y después se quedó sin nada de nada. De mi curiosidad por tratar de saber de él me han brotado al pasar unos saludos que creo que se me oían formales, unas "buenas tardes" con inclinación de cabeza, pensando en que en algún momento me podría quedar a charlar sin suspicacias, y él, a su modo lento y augusto, me ha respondido cada vez:
— Buenas tardes, señora.
Ayer lo encontré de
nuevo. No sentado en su escalón levantando la cabeza para buscar a
los zorzales que le cantaban en exclusiva desde las ramas del paraíso. No, no. Lo descubro en
el super chino que está en Carlos Calvo, y exactamente parado en la fiambrería
del super. Me desoriento, dudo, es la primera vez que lo veo de pie. Me paro espiándolo
detrás de una góndola. ¡Se ha cortado el largo pelo blanco y se ha afeitado la
barba magnífica! Y como hace calor no viste el sobretodo que le daba unas
reminiscencias de manto clásico sino que tiene puesta una camisa a cuadros, de
manga corta.
¿Es él? ¿Es él?
Sí, es él, el probable rey
desterrado o el dios griego bajado al mundo. Está comprando cien de queso y
cien de paleta. Ya tiene una bolsita con
pan. Aún estira la mano grave y
despaciosa para recibir el fiambre que le
alcanza la chica que atiende, y se da
vuelta alto y expoderoso para dirigirse
a la caja. Lo sigo con la vista: camina lento llevando su compra mínima, una de
las zapatillas en chancleta. Una sola.
La presentación se hizo en el espacio cultural de la Biblioteca Juan Francisco Ibarra, compartida con Ernestina Mo, autora de La endiablada pulpería. Fue un dobles muy interesante y lúdico, con la dramatización de las narraciones y comentarios sobre los textos.
Hugo Melian
Hugo Melian y Rubén Gasparetto
Las presentaciones estuvieron a cargo de integrantes del taller literario que funciona en la Biblioteca: Cristina Rodríguez, para La endiablada pulpería, y Hugo Melian y Rubén Gasparetto para Un día en las vidas de Jorge-Matías. Los comentarios sobre la historia narrada en la novela y una acertadísima lectura sin puntos ni comas de un fragmento del capítulo Once Magic (tal como es el barrio del Once, sin puntos ni comas) corrieron a cargo de Hugo Melian, y Rubén Gasparetto leyó con excelente tono de interpretación, el capítulo Un personaje difícil.
Con Marisa Peña,
directora de la Biblioteca
Marisa Peña, directora de la biblioteca y centro cultural, había afinado los instrumentos para que todo saliera hermoso, y resultara en una concurrida y rica presentación.
Gracias a todos los que trabajaron para que así fuera, y gracias a todos los que nos acompañaron!
Este sábado 22 voy a la Bibioteca Juan Francisco, la biblioteca pública municipal de mi pueblo, Veinticinco de Mayo, a presentar allí la novela Un día en las vidas de Jorge-Matías. Voy, o tal vez sea mejor decir que simplemente vuelvo a esa biblioteca que ha sido determinante para mí en cuestiones muy valiosas de mi vida, como amar la lectura, escribir y tener el oficio de bibliotecaria. En un volumen de relatos mío, inédito, la menciono con la memoria del descubrimiento de la infancia en el relato Puerto de Biblos, así:
“Después mi padre me lleva a la biblioteca pública. Allí descubro que las rutas a Biblos son innumerables, que parten de incontables puertos, desde estantes mucho más altos que yo. Y yo me embarco sin dudar, me subo a cada historia anhelando encontrar lo que se promete desde las páginas. Me dejan revisar y buscar lo que quiera y quedo rodeada de libros todo el tiempo que necesite. Y yo abro cada uno para dejar que aquí y allá una frase me atrape, un diálogo me seduzca, una línea me ponga de pie…Me atrapan unos emprendimientos desatinados: viajar a la luna disparados por un cañón, dar la vuelta al mundo en unos pocos días o llegar al centro de la tierra. Más desatinados los emprendimientos, más me interesan. No sé cuánto tiempo paso buscando –unos años, unas horas-, tardo en encontrar al más interesante de los interesantes en medio de tanta abundancia pero tengo que elegir, no puedo llevarme todos. En el más feliz de los desórdenes salto de estante en estante según mi curiosidad o según el libro me llame.
- Llevo éste – diré más tarde, cuando haya elegido, simpatizando con Bola de Sebo aún sin saber porqué. Las bibliotecarias debaten entre ellas si me permiten llevarlo, porque soy demasiado chica para leerlo, parece, y al final me anotan en un libro muy grande en el cual firmo con firma todavía indecisa. Y salgo con mi libro apretado contra el pecho como si estrechara un tesoro que estaba a la vista de todos y que solo yo he encontrado”.
A esa deliciosa memoria infantil es que vuelvo el sábado, ahora con un libro que yo escribí, como si fuera a devolvérselo a la Biblioteca.
El viernes 14, en la sala Rincón de bibliotecas de la 12° Feria del Libro de Mar del Plata, se presentaron los Cuentos de bibliotecarios. En diálogo con la bibliotecaria marplatense María Claudia Antognoli, repasamos primero el imaginario literario y cinematográfico de la gente de nuestra profesión. Claudia observó cómo aparecemos en películas y series, como en The librarian, Mentiras verdaderas o La leyenda del tesoro perdido: el libro de los secretos. Por mi parte, recordé a los bibliotecarios tal como aparecen en El nombre de la rosa o en La biblioteca de Babel, y también en Leer y escribir, de Ariel Bermani, o a las bibliotecas en esas obras y en Filosofía y letras, de Pablo de Santis. En especial, a la diferencia entre los bibliotecarios, como guardianes del saber, y las bibliotecarias, como mujeres secas, antipáticas y vinagres, una imagen extendida desde la novela negra norteamericana. Aprovechamos para recordar los ámbitos y condiciones donde las dos trabajamos, y compararlas con esos imaginarios.
Después repasamos nombres y obras de escritores que fueron también bibliotecarios, y en este punto trajimos los Cuentos: narraciones que se inscriben en el medio laboral de las bibliotecas y hablan de nuestras circunstancias y visiones. Con la lectura de Horario de cierre todos nos reímos y nos espantamos un poco!
Y al fin, quedamos contentas de haber expresado a nuestra profesión desde estos puntos de vista y que nos hayan acompañado con atención, comentarios y comparaciones al final.
El viernes 14, a las 19 hs., se presentarán los Cuentos de bibliotecarios en la 12° Feria del Libro de Mar del Plata. En conversación con Maria Claudia Antognoli, bibliotecaria de Mar del Plata, revisaremos la imagen que la literatura y el cine ha construido sobre nosotros, bibliotecarios y bibliotecarias, y sobre las bibliotecas.
Luego, se presentarán los Cuentos, que ofrecen una narrativa escrita desde las mismas bibliotecas y en contraimagen a aquella construcción. (en fbk, el evento)
Hoy, a las 19 hs., la escritora marplatense Carolina Bugnone me acompaña en la presentación de Un día en las vidas de Jorge-Matías, en la Feria del Libro de Mar del Plata.
La 12° Feria se inauguró el viernes pasado y se extenderá hasta el 23, con editoriales y librerías locales y nacionales, y múltiples actividades: presentaciones, talleres, debates, conversaciones, para grandes y chicos, con todas las temáticas posibles.
Rumbo a la 12 Feria del Libro de Mar del Plata, para presentar la novela Un día en las vidas de Jorge-Matías, la escritora marplatense Carolina Bugnone me entrevista para su columna Arte y Literatura, en Radio De la azotea.
Desde los once minutos (antes, el interesante proyecto PH 15)
Viernes 14: los Cuentos de bibliotecarios, difundidos por Internet desde este blog. Es otro alegre orgullo que me acompañe la bibliotecaria Claudia Antognoli. Todo lo que tenemos para decir!
Es un bibliotecario aficionado...pero qué aficionado!
¿Sabías que Keith Richards organiza su vasta biblioteca utilizando la CDD?
El guitarrista y fundador de The Rolling Stones, Keith Richards se ha volcado a organizar su enorme colección de libros clásicos y contemporáneos que lleva recolectando desde hace décadas, siguiendo el sistema de clasificación usada por las principales bibliotecas públicas del mundo, el sistema Dewey.
Incluso se planteó recibir formación profesional para gestionar ese vasto conjunto de libros que cubren las paredes de sus mansiones de West Sussex (Reino Unido) y Connecticut (Estados Unidos), tal como confiesa en su autobiografía Life.
Richards se declara en realidad un ratón de biblioteca. Son incontables las fotos en que se lo muestra apropiándose de las habitaciones de hotel, desperdigando calaveras, guitarras, pañuelos y libros. El otro Stone que tiene una afición por hacer propias o mas hogareñas las despersonalizadas y caras habitaciones de hoteles es Ronnie Wood, que mata los tiempos muertos entre show y show pintando oleos de la habitación de turno y de sus compañeros de banda.
Como buen bibliotecario que se precie, Keith intenta ganar para la causa de la lectura a familiares y amigos, por eso, los invitados a su granja de la campiña inglesa, suelen encontrarse por toda la casa con algunas de las obras favoritas del anfitrión, cuyos gustos se decantan hacia Bernard Cornwell y Len Deighton, la historiografía de la II Guerra Mundial y, por supuesto, de la música.
Es celebre su frase sobre la biblioteca pública: "Cuando creces, hay dos instituciones que te afectan especialmente: la Iglesia, que pertenece a Dios, y la biblioteca, que te pertenece a ti. La biblioteca pública es enormemente igualitaria." Palabra de un Rolling Stone.
Presentarse ante otros con una
tarjeta personal, impresa, es antiguo y aún
se sigue manteniendo, sobre todo en circunstancias laborales. Supo tener un uso
distinguido entre las clases altas según se lee o se ve en novelas y películas
de época, cuando el visitante deja su tarjeta en una bandeja de plata y una
mucama o un mayordomo estirado la recoge para llevarla ante los señores. Pero
la época del celular y del whatsapp ha arrasado con las tarjetas impresas
aunque no con las presentaciones. Leo las que hacen algunos de mis contactos
según se definen a sí mismos en sus mensajes de estado del whatsapp, con mucha más
gracia que la que podría contener una bandeja de plata:
Buscás un cielo abierto, lejos del dolor, reconoce una con poesía, y otra que tiene textura y decisión dice: Acariciando lo áspero. Hay uno que ya definió
con claridad: De la necesidad, virtud (dada
la época tal vez sea recomendable para todos). Ya se ven los tigres en la lluvia, se presentaotro con el enigmático verso de una canción, y otro más ruega con
humor No te vayas…sin devolverme!
Un contacto estaba Enamoradísimo hasta ayer
pero hoy ya no se presenta así sin que se pueda saber si se des-enamoró o
simplemente quiso borrar su presentación para disfrutar de su estado con
privacidad. Cada cual con lo suyo
subraya otra, sentencia aplicable a muchas situaciones, desde los cepillos de
dientes hasta los divorcios.
Tengo un conocido que está
siempre En el trabajo aunque no lo
esté el domingo a la tarde o el miércoles a las diez de la noche (espero que
simplemente se haya olvidado de actualizar su estado). Hay otro que no puede
contener su pasión y debajo de su nombre alienta a su club: Vamos, Decano.
Otra deja correr su expectativa
con Esperando que la vida me sorprenda. ¿Y
el mío? Yo retomo un verso de otra canción y pido: Hoy puede ser un gran día, dame una
oportunidad.
Acompañando la celebración por la Pachamama hoy estuve en una de sus fiestas. Se el agradece, se le pide, se la cuida, y se le ofrece toda clase de bebidas y alimentos que se vuelcan en un hoyo en la tierra. Mientras, suenan las cajas y cantan las copleras.
En la larga cola para llegar al hoyo de las ofrendas algunos impacientes reclaman, con discreción, por la espera, y una mujer dice:
- No es la cola del supermercado. Hay que ser paciente, la tierra es paciente.
Después de mi ofrenda me levanto y me dirijo a los chicos que nos cubrieron con un poncho y nos alcanzaron cada una de las bebidas y alimentos y les digo "gracias". Una chica sonríe y me dice: "a ella".
Salía anoche de
un supermercado chino sobre Independencia y José Mármol, y caminaba distraída y
contraída por el frío, cuando de improviso una bruja
me detuvo en la vereda.
— Tenés mucha
luz — me señaló, cortándome el paso y sin ninguna introducción—, veo la luz que te rodea.
Me ha
interceptado segura, se ha colocado muy cerca de mí y me clava la
mirada al hablar. No espera pregunta o
comentario y sigue.
— Tenés un aura
muy luminosa, la veo desde que saliste de ahí — y señala con un gesto de la cabeza la entrada del super chino
—. Vos tenés mucha fuerza, tuviste que pasar muchas cosas difíciles, sobre todo hace catorce años,
pero nunca bajaste los brazos y diste pelea — remarca, y yo, que la escucho con secreta delicia porque
me complacen y me divierten estas interpelaciones, hago la cuenta: hace catorce
años era 2002. Claro que las cosas estaban difíciles. Para todos.
—Tu familia tenía muchos problemas laborales pero tu fuerza la ayudó a
superar las cosas malas, enfermedades,
falta de trabajo, abandonos…Tenés unas capacidades que no usás del todo, si las usaras podrías mejorar mucho más tu vida y ayudar a los demás con tu bondad.
Me retiene
hablándome con una voz melodiosa y serena pero su mirada fija está
atenta midiendo mis expresiones. Sigue
prodigándome halagos extrasensoriales que ella desprende de lo que me ve, ahí en la vereda,
parada frente a mí, y parece que no me encuentra nada malo ni débil y que mi aura resplandece. Me entra curiosidad y detengo su
torrente benéfico para preguntarle porqué me interpela así, sin conocerme y sin
que yo la buscara.
—Porque soy vidente — me explica.
Me lo dice con
naturalidad, como si fuera que su condición justifica detener a desconocidos no
videntes en la calle y hacerles notar lo que ellos no pueden observar. Y
después de mi pregunta y de su respuesta el diálogo ha terminado, la videncia
se agotó. Ella ve que estoy por seguir mi camino y se adelanta.
— ¿Me das algo
para hacer unas compras? — me pide.
Entonces la
observo con atención: tendrá unos cincuenta años, el pelo rubio recogido en una
cola, un viejo abrigo tejido que le cae grande y deforme, un changuito, que no
ha soltado mientras percibía mi aura, lleno
de pequeños cambalaches, y la mirada más
atenta todavía, calculadora. Le doy diez
pesos.
— ¿No me darías
veinte que tengo que comprar comida para mis hijos? — me reclama con su dulce
voz.
Meneo la cabeza
con cierta irritación: no me dijo primero a cuánto ascendía su tarifa adivinatoria. Así que giro y sigo mi camino y creo que ella también
gira y sigue el suyo, pero yo no me doy vuelta para ver cómo se esfuma en la noche
fría de Boedo.
Hará unas tres semanas, una tarde lluviosa de sábado en que editoriales independientes y escritores hacíamos un acompañamiento a la
Biblioteca Nacional, conocí a Gustavo Sanabria. Gustavo, un muchacho colombiano que al terminar sus estudios se había tomado unos meses para viajar por tierra desde su país hasta Argentina, también se había acercado a la feria-actividad. Y estando allí me cuenta que ha terminado filosofía y que es dibujante y escritor, y que viajaba trabajando, quedándose un poco en cada lugar, conociendo, guardando la experiencia, coleccionando vivencias. Y dibujándolas en una carpeta que me muestra, dibujo por dibujo: gente de los puertos y ríos peruanos, de los suburbios y los pueblos ecuatorianos, de las ciudades argentinas, gentes variadas: ex guerrilleros, madres, changarines, tatuadores, campesinas, cocineras, marineros, murgeros, toda clase de gente latinoamericana. Y de otros países que andan entre ellos: gringos, alemanes, francesas...
Me admiran sus dibujos de líneas simples y contundentes y de expresión tierna. Me cuenta que cuando vuelva tiene el proyecto de editar en un libro este trabajo suyo de haber dibujado estos rostros de Latinoamérimca y de recordarlos en sus circunstancias: en los campos, las cocinas, los hostels, la selva, las montañas, los barrios de Buenos Aires. Hasta entonces va presentando partes en su blog http://mardoquea.blogspot.com.ar/
Tomo de su Mardoquea este fragmento que navega por un río amazónico llevando gente con nombres de países
La tripulación.
A César lo conozco en la lancha en que viajo de Yurimaguas a Iquitos. Iquitos es una ciudad aislada en la selva, de una cultura tan criminal como Nueva York y tan mágica como Macondo. En esta lancha conozco a un grupo de viajeros que hacen divertidas las largas jornadas en los ríos amazónicos. Y como César nunca se aprende nuestros nombres, siempre nos llama de acuerdo a nuestra nacionalidad. ¡Argentina, venga para acá! ¡Deje de coquetear con las francesas y comparta un cigarro conmigo! Unos meses atrás, Argentina renuncia a sus estudios de ingeniería luego de una crisis nerviosa y emprende un viaje para relajarse. Pero no logra mucha tranquilidad, pues César siempre interrumpe sus momentos de paz. Tan extrovertido como César es Perú, un artesano llamado Miguel, que compite con Venezuela, a ver quién canta más canciones. Perú me dice, oye Colombia, eres extraño, por momentos eres tan ruidoso como nosotros y luego de pronto te vas a tu hamaca a gozar del silencio. Yo acepto el cumplido, me voy a mi hamaca y al rato voy a conversar con las francesas. Les pregunto ¿qué es la culpa? Y responden sacando una bolsa de tabaco que ellas mismas cultivaron.