Atardecía el domingo y el calor seguía
siendo tórrido. Me fui a Costanera Sur, a respirar más cerca del río y donde
hubiera verde y espacio abierto. ¿Sabían ustedes que allí se arman flor de
bailes los domingos? Yo no lo sabía porque hacía mucho que no andaba al
atardecer por allá. Caminé entre otra
gente que paseaba y entre las mesas de los barcitos que también seguían abiertos. Los puestos de comidas no se habían levantado y sus luces eslabonaban
la perspectiva a lo largo. A un costado, la Reserva Ecológica se iba oscureciendo y allá y más lejos se perfilaban
algunas aves acuáticas, blancas, ya
quietas en sus nidos o sobre el agua en la Laguna de los Coipos, la más cercana
a la calle. El contraste entre el movimiento y el ruido en la calle y la calma
que trataba de buscar la Laguna era muy grande, más bien contradicción.
Seguí caminando y una cuadra más
adelante vi a un grupo de personas que
se movían y se agitaban cerrando la vereda, y cuando estuve más cerca escuché
una chacarera. Se bailaba chacarera en la Costanera Sur. Alguien atendía el
equipo de música y al parlante; las
parejas eran desiguales en edades, en altura, una mayoría mixtas y la otra
parte de mujeres, pero todas bailaban sonrientes y alegres de adueñarse del
lugar chacarereando.
Dejé atrás a los folklóricos,
seguí mi camino y un par de cuadras
después vi a otro grupo de personas que también se movían cerrando la
vereda. ¿Otro grupo de bailarines? Me
acerqué y los descubrí con sorpresa: estos bailaban salsa, y no eran pocos,
serían unas treinta parejas. La música irresistible sonaba en ambiente en
el anochecer caluroso, y las parejas
bailaban muy bien. ¿Todas bailan bien?, me pregunté, observándolas con un poco
de envidia: sí, todas lo hacían bien, no había ninguna aprendiendo ni ninguna
torpe. Bailaban sudorosos, concentrados, sensuales, algunas parejas mirando a los
pies, otras, tal vez las enamoradas, mirándose a los ojos. Así que salsa en Costanera
Sur.
Seguí caminando ahora con
confianza de que más adelante habría más
gente bailando, y no me defraudé: allá, una cuadra después, las luces de un
barcito iluminaban a otro grupo. Ya más cerca me desconcerté: ¿sería un ensayo
para alguna presentación? Estos sí que parecían ensayar, parecía que estaban
aprendiendo una coreografía. Todos bailaban sueltos, orientados hacia la calle, y dibujaban coreografías elaboradas. Yo me
hubiera perdido, creo, no podría memorizar más de tres o cuatro movimientos. Pero
ellos fluían de uno en otro, a izquierda, a derecha, pasos adelante, pasos
atrás, arriba los brazos, ahora a un costado, después al otro, con una música mezcla brasilera de cumbia y
reggaetón que no dejaba de hablar y que no les daba un momento de respiro. Uh.
Sudaba yo de verlos a ellos.
Para entonces ya era de noche, y
era noche de luna llena. Esperé que apareciera detrás de la arboleda de la
Reserva. Mientras, me incliné sobre el agua silenciosa de la Laguna de los
Coipos, con sus juncales, sus camalotes y sus aves dormidas, y descubrí
innumerables bichitos de luz. ¡Qué bonitos! Hacía mucho que no los veía.
Prendían y apagaban la noche que se deslizaba sobre la Laguna. Y un poco
después la luna llena, redonda y roja de sangre lunar, se levantó sobre la Costanera.
2 comentarios:
he visto en artículos y fotos antiguas que siempre se bailó en Costanera Sur, no es algo nuevo (o será nuevo en esta etapa)
Ani
Sí, yo también lo he visto, me gustan esos bailongos! Pero hay que reconocer que son contradictorios con la cercanía de la Reserva
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